“Le voy a mandar estas pastillas”, me miró y escribió. “¿Qué es eso?”, le pregunté. “¡Yo no estoy deprimido!”. Dejó la libreta a un lado y dijo: “La depresión puede ser sutil”. “Estoy cansado, he tenido muchas cosas en estos días, solo es eso”, le dije. “Usted ha sido un hombre reconocido acá en Medellín, es normal que no sea fácil aceptar esta situación”.
La semana anterior había renunciado a un cargo público, con dolor y frustración. Sabía que, además, venía de una relación sentimental compleja que, finalmente, había terminado en la peor de las formas. Mi empleo estatal era abrumador: decenas de horas de más a la semana, enemigos en todo lado, un salario que no cubría los gastos y, sobre todo, una inmensa incapacidad mía para comprender el contexto. Estaba triste y desgastado, física, mental y emocionalmente. Casi nadie lo notaba y yo no lo quería reconocer. Acepté tomar los medicamentos. Los pedí por internet para no tener que mencionarlos por teléfono y menos personalmente en una droguería. Apenas llegaron, lloré, creo que con un sentimiento de rabia conmigo mismo “por no ser capaz solo” y de tristeza por una realidad que me superaba de lejos. No estaba nada bien, pero en mi generación, “los hombres no lloran”, y, si hay algún problema, se puede resolver “con un amigo y unos aguardientes con naranjada”. ¡Ambas ideas estaban completamente equivocadas! Agradezco haber pedido ayuda y haber madurado lo suficiente como para contar esta historia.
A las dos semanas de seguir la prescripción, estaba más calmado. Al mismo tiempo me abrumaba cierto efecto secundario de embotamiento, de lejanía, me faltaba mi “acelere natural”. Una mañana me sentí aún peor que antes, porque me di cuenta de que mis palabras no reflejaban mi propia voz. Decidí intentarlo por otro camino, sin ayuda química, con otro tipo de apoyo. No estaba en un momento para la soledad o el heroísmo. Volví a donde Alejandro, mi sicólogo.
De él había sabido por una amiga que fue su paciente y alumna. Me hablaba de él como un sicólogo inteligente, culto y buen conversador. Cuando me divorcié, en la parte más dura del proceso, en la que sabía que era lo correcto para ambos, pero las emociones, los sentimientos y los recuerdos se agolpaban en mi pecho, busqué su celular y lo llamé. Durante un par de años, nuestros encuentros me ayudaron a comprender los miedos y desafíos en mis relaciones sentimentales. A su lado, reconocí también lo mejor de mi personalidad, hice reflexiones sobre mis búsquedas y mis rasgos más particulares. Con él, pude darme permiso para seguir adelante y buscar de nuevo el amor. Dejé de ir en algún momento en que me sentí mejor. Por eso, cuando el “antidepresivo” me empezó a caer mal (o eso pensé yo 1), lo busqué de nuevo.
Desde esa época, no he dejado de visitarlo una o dos veces por mes. Habla poco, no me da la razón, me discute poco. Me hace preguntas simples y alguna vez me compartió unos bellos textos sobre el amor. Pocos consejos me ha dado, pero cuando los da, es con toda la delicadeza y respeto. Siento que acepta que el chi kung y la meditación complementen mi proceso. Una expresión suya significa mucho para mí: “¡A disfrutar!”. Tal vez porque esa no es mi especialidad. Nunca me ha diagnosticado. Sé cómo me ve dependiendo de la frecuencia de las citas: “¿Nos vemos en dos semanas?”, es la más común. A veces es una semana, a veces son tres, a veces me pregunta que cuándo puedo volver… Gracias a mi sicoterapeuta, siento que no estoy solo en mis preguntas, que alguien profesional, sin conflictos de interés y con imparcialidad me conoce y está ahí para escuchar y ayudar.
En Comfama los queremos invitar a conversar sobre salud mental. Queremos que cada uno se haga cargo de su salud integral que incluye, por supuesto, la mental, inseparable de la emocional y la física. Antioquia ha sido un territorio de poca apertura cultural para los asuntos íntimos del ser humano. Acudir a profesionales de la salud mental, pedir ayuda cuando nos sentimos desequilibrados, no es ningún pecado ni signo de debilidad, mucho menos se trata de una falla moral. Las enfermedades mentales, los desequilibrios emocionales, los pensamientos negativos, las preocupaciones, y las tristezas, hacen parte de nuestra más auténtica y frágil humanidad. No debemos temer al miedo, ni negar que somos vulnerables. Les proponemos que aprendamos a respirar, a escuchar nuestro cuerpo, a relajarnos. Los invitamos a hacer yoga, a practicar diferentes formas de mindfulness, a caminar por el bosque, a escuchar música o a bailar desconectados del mundo. Igualmente, seguiremos promoviendo el acceso a profesionales de la sicología y de la medicina entrenados para comprender y aconsejarnos, a nosotros y nuestras familias, en la búsqueda del equilibrio.
Queremos que las empresas no juzguen con dureza a quienes visitan a estos profesionales, que reconozcan que la depresión no es un defecto, que las enfermedades o desequilibrios mentales y emocionales no necesariamente inhabilitan para trabajar y vivir plenamente. A las familias las invitamos a abrazar con amor, plenamente su humanidad, a caminar unidas ante estos desafíos. A empresas y familias, les proponemos un compromiso por la salud mental, con una combinación sana de prácticas y saberes, de ciencia y sentido común, que nos permitan reconocer y manejar nuestras sombras, que son parte inescindible de nuestra humanidad.
1 Esta es mi historia personal, no una recomendación médica. Solo cuento lo que viví, sin más intención que explicar la importancia de pedir ayuda profesional en momentos difíciles, sin miedo al juicio o al qué dirán. Creo en la ciencia y en la medicina. Simplemente, busqué otros medios, sin juzgar los anteriores, ni demeritarlos. Somos humanos, complejos, diferentes. Cada uno encuentra su camino, lo importante es buscarlo.
Que importante es abrir el corazón y mostrarse tan humano y sensible como ninguno. El ser humano por naturaleza le da miedo ser juzgado, mostrar una debilidad no es una opción, por eso debemos entender que la salud mental no es contagiosa, se puede tratar con profesionales, para evitar situaciones aún más complejas una vida infeliz consigo mismo.
Aplaudo este ejercicio tan maravilloso qué haces y retroalimentas.
Lo más importante como siempre es aceptar que se tiene un problema, no estamos exentos de tener una mala “racha” de tener problemas familiares, personales y laborales, no estamos inmunes a situaciones externas que nos pueden perjudicar y a veces a desmoronar; de allí la importancia de saber escoger a ese profesional que te puede ayudar a mejorar y ver las cosas en ocasiones desde una perspectiva distinta y más alentadora que la que tú vez
HRRMOSA HISTORIA DE SUPERACION, Y SIEMPRE HE CREIDO QUE CON UN BUEN GUIA QUE NO SEA MEDICAMENTO, PODEMOS HALLAR ALGUN ALIVIO. PIENSO EN LA DEPRESION DE MI MADRE. COMO HAGO PARA INSCRIBIRLA?
Amé ésta parte de tu historia. Me siento muyyy identificada porque desde hace ya unos 6 años practico mucho de lo que propones con la intención de ser la mejor versión de mí misma, de soltar patrones y creencias que por años nos han impuesto y mejor aún, de soltar los miedos que me atan y no me dejan ser libre. SER ME INSPIRA. MÁS HUMANA! MÁS DEL SER!
Mil gracias por permitir un real aprendizaje, es de valientes abrir el alma, máxime en su posición de líder.