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Medellín abierta al mundo 
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Medellín abierta al mundo 

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«“El que es diferente a mí no me empobrece, me enriquece”. Antoine de Saint-Exupéry.   

Domingo, 3 p. m. Luego de cuatro días de viaje, con una conexión, varias horas de bus en la espalda y dos noches con muy poco sueño, llego finalmente a la silla asignada para mi vuelo de regreso a Medellín. Veía la silla «como un estadio», como decían en mi época universitaria.

Finalmente iba a poder meditar, respirar, dormir y prepararme para la semana laboral. Apenas cerré los ojos y suspiré profundo, algo llamó mi atención. Mis vecinos de fila hablaban en un inglés con acento, comentaban cosas sobre Medellín.

Hay amores que no se discuten y el que alcanzo a sentir por esta ciudad, a pesar de sus contradicciones y sus zonas oscuras, a pesar de los dolores que acá me ha traído la vida, es persistente, invencible. Comencé a poner atención, primero con los ojos cerrados, luego con menos disimulo. Conversaban sobre restaurantes, bares y planes que se podían hacer dentro y fuera de la ciudad.

No pude evitarlo. Excuse me, «gentlemen», dije con mi inglés acentuado. «I’m David, what’s your name?». Se miraron, acostumbrados quizás a estas maneras entradoras de los paisas, sonrieron y se presentaron. Holandés, el primero, sueco el segundo. Ambos odontólogos, ambos descendientes de migrantes del Medio Oriente. Uno había venido a Medellín casi por casualidad luego de leer un artículo de una revista europea de viajes. El otro venía siguiendo las recomendaciones de su amigo. No tenían planes de ir a Cartagena ni a Bogotá, «ni un solo día», me explicaron.

Tenían curiosidad por Santa Marta y por Palomino. Les di algunos tips para su semana de viaje. El Parque Explora, los Museos de Antioquia y de Arte moderno, el parque Arví. Compartí mis lugares favoritos para comer y encontrarse con gente; como les interesaba la naturaleza y el verde de las montañas
tropicales, les sugerí ir al Suroeste, Santafé de Antioquia y algunos otros municipios.


Cuando me preguntaron qué hacía, la conversación evolucionó más allá del turismo. ¿Cree que hay oportunidades de invertir en salud?, preguntaron. El holandés había ido en su primer viaje a un servicio de odontología y sentía que podría abrir un negocio acá. Me preguntaron por barrios y por precios de apartamentos, ya estaban haciendo cuentas. El sueco dijo: «si lo que dice mi amigo es verdad, quisiera un apartamento de 50-100 m2 para venir a vivir acá tres meses por año».

Aterrizamos, les di orientaciones de transporte a la ciudad, de hoteles a la medida de su presupuesto y me despedí, con más preguntas que respuestas, como en toda conversación improbable.

Hace unos años, debido al éxodo venezolano, en Comfama decidimos tomar una postura determinada y clara. Nos pusimos del lado de la recepción amorosa de cientos de miles de familias que habían dejado su hogar con la esperanza de que Colombia fuera amigable con sus sueños, gente con ganas de trabajar, emprender y florecer.

Venezolano rima con hermano, dijimos. Organizamos nuestro servicio de empleo, en trabajo conjunto con el Gobierno nacional y la Cancillería, para orientarlos, apoyarlos y conectarlos con las empresas antioqueñas que, generosamente, decidieron abrirles la puerta a su talento y sus ganas. Nos llovieron abrazos y críticas, nos quedamos con los primeros y escuchamos las segundas con atención: que esos trabajos eran «para colombianos», que la plata de esta institución era para paisas, nos dijeron, pero fueron más los mensajes de reconocimiento a ese gesto de amor, reciprocidad, integración y humanidad que los de odio que, como digo, no faltaron.

Ahora estamos frente a una situación diferente en muchos aspectos, pero similar en otros con el auge de la ciudad como destino de visitantes y trabajadores de todo el mundo. En primer lugar, debemos reconocer que hay personas que están siendo desplazadas de sus barrios por efecto de la inflación, del valor de los inmuebles y otras que no encuentran casa por la escasez de oferta. Hay retos de seguridad, además, como en todo cambio social acelerado.

Sin embargo, en lugar de ver únicamente los problemas y afrontar el asunto desde el miedo y la rabia, decidimos, es una actitud, ver las oportunidades y sentarnos a pensar juntos en cómo afrontar los desafíos que emergen.

Medellín se convirtió en una de las mecas de la migración de nómadas digitales y la ciudad que más visitantes atrae anualmente en Colombia. Es un hecho que debe tener mucho que ver con ventajas comparativas como el clima y la amabilidad de la gente, o competitivas como el sistema de transporte y la industria del entretenimiento.

Estamos en el top 3 de ciudades amigables al nómada digital en Latinoamérica y en el top 20 del mundo. Recibimos cerca de 1,3 millones de visitantes por año. ¿Qué hacer frente a esto? Esta Revista se publica porque pensamos que la pausa y la reflexión son necesarias, aún más en un proceso que ha sido masivo y rápido, por eso, apenas lo estamos comprendiendo. Asustarnos, quejarnos y atacar al visitante con odio no son la salida. Poner letreros xenófobos en los postes de la luz, para dar un ejemplo, nos demerita moral e intelectualmente.

Miremos los desafíos con pragmatismo y pensemos qué nos toca hacer desde lo gubernamental, lo empresarial y lo social para aprovechar esta realidad. Veamos más allá de la coyuntura, aproximémonos con visión de largo plazo y, sobre todo, pensemos en el reto cultural que tenemos al frente. Ante la escasez de viviendas, pensemos en políticas públicas que favorezcan la inversión privada y más proyectos urbanos que nos ofrezcan espacios de encuentro y de celebración.

Ante los desafíos de seguridad y convivencia, una combinación de cultura ciudadana, educación y autoridad civil. La vida compartida requiere del trabajo coordinado de todos. Miremos con especial énfasis las oportunidades que nos traen los turistas, los nómadas y los migrantes.

Desde lo económico, inversión, empleo, impuestos, actividad empresarial. Desde lo cultural, podremos ser una ciudad más diversa en el futuro, más integrada con el mundo y definitivamente bilingüe. ¿Cómo podríamos adecuar nuestro sistema educativo, nuestra política cultural, nuestra planificación urbana, los procesos de talento humano de las empresas, entre otras cosas, para recoger estas oportunidades

Queremos que con las historias de esta Revista se eleve la calidad del debate sobre este asunto. Buscamos promover preguntas sobre qué podemos hacer juntos. Aquí están narradas iniciativas que hoy están viendo una posibilidad donde otros ven un obstáculo. Los invitamos a nutrirlas y amplificarlas; bienvenida, por supuesto, también la crítica.

Nos encantaría convocar a actores para que tengamos equilibrio entre oportunidades y retos. Mucho más, queremos movilizarnos para afrontar las primeras y responder a los segundos. Todo esto con mucho amor, respeto por la dignidad humana, posibilismo, pragmatismo y bajo la convicción de que, como debe ser ante los grandes desafíos sociales, quejarnos no resuelve nada, solo funciona buscar comprender y actuar en consecuencia, desde la razón, colectivamente y dentro de un marco ético adecuado.

El odio no sirve para nada, solo trae más odio. La diversidad siempre será una riqueza y una ventaja, aunque a veces nos genere incomodidad.

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