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“Poner al mundo boca abajo”
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“Poner al mundo boca abajo”

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La fiesta nos abre una ventana de vida al goce, rompe barreras que nos cohíben, nos invita a eliminar la rigidez de nuestro cuerpo, a escapar de la monotonía y a recordar nuestra esencia: ser una colectividad.

 

Quizás haya muchos conceptos de lo qué es la fiesta y tal vez no imaginamos todo lo que atraviesa en nuestra existencia la posibilidad de celebrar la vida. Por eso, conversamos con Juan Luis Mejía, exrector de la Universidad Eafit y alguna vez ministro de Cultura, él nos recordó lo que perdemos al no darle a la fiesta el lugar que merece. Es hora de reivindicar nuestras costumbres, acoger de nuevo el espíritu de carnaval, para saciar «la necesidad de la alegría».

¿Qué es la fiesta?

La fiesta es ante todo un acto colectivo de alegría que, en todas las sociedades, a través de su historia, ha servido para romper la monotonía y la fatiga del trabajo, dedicar unos días al año a la fiesta colectiva juega un papel fundamental en el desfogue colectivo para reinvertir el orden tradicional.

Además, es apropiación del espacio público. Las dictaduras, la violencia, etc., lo primero que apropian son los espacios públicos en donde la sociedad se expresa y por eso es tan importante la ocupación de ese espacio pero en clave de fiesta.

¿Qué aporta a la sociedad una fiesta?

Primero el regocijo. Además, la alegría y sobre todo la alegría colectiva que son fundamentales en la cohesión social, en la fiesta no hay diferencias sociales, se rompen todas las estructuras y al menos durante unos días al año todos somos iguales alrededor de la alegría.

¿Por qué le ponemos tabúes o «satanizamos» la fiesta?

Porque la fiesta es transgresora y transgresora del orden, es el momento de sacar lo más profundo de sí para burlarse de la autoridad y por eso en Medellín lo prohibieron.

¿Qué diferencia hay entre carnavales y ferias?

Empecemos por el revés que fue lo que adoptamos nosotros: las ferias eran ferias de ganado donde se reunían los ganaderos para vender las vacas y los novillos y, alrededor de eso se hacía una fiesta y se construían unas casetas en donde ellos pernoctaban; ese es el arquetipo que nosotros hemos adaptado [a modo de fondas]. El carnaval era otra cosa, porque la esencia es que en vísperas de la Cuaresma, eran 40 días de fiesta y 40 días de arrepentimiento, por eso el Carnaval de Barranquilla termina antes del miércoles de ceniza porque ahí empieza el arrepentimiento.

En Europa era un tiempo muerto en donde ya se habían recogido las cosechas y no se podía sembrar todavía, entonces ese tiempo muerto se dedicaba a la fiesta. Por eso yo digo que Medellín se volvió una Cuaresma perpetua porque no hay ese paréntesis social.

Eso fue lo que se rompió en Medellín y para mí es doloroso porque la diferencia entre la feria y el carnaval es que el carnaval también rompe la estructura de actor y espectador, todos somos actores y todos somos espectadores. En cambio, por ejemplo, en la Feria de las Flores de Medellín hay unos desfiles y nosotros miramos: no hay una participación colectiva, todo es a través de tablados o desfiles, en cambio, la esencia del carnaval es que todos participemos.

¿Qué nos falta para volver a reivindicar nuestras fiestas?

Quitarnos de la cabeza que la fiesta colectiva es lo contrario a trabajar, eliminar el imaginario de decirle holgazán a quien participa en la fiesta y hacer intentos por convertir realmente nuestra feria en fiesta colectiva. Creo que nos hace falta volver a apropiarnos de la calle y de los espacios públicos.

¿Por qué es necesario reivindicar nuestras fiestas?

Porque vivimos en estancos, vivimos aislados unos de los otros. Ya ni siquiera en el fútbol nos encontramos porque nos da miedo; no hay lugares de encuentro colectivo, no hay lugares de encuentro desprevenido donde vas con tu familia, con todos, con la seguridad de que lo que vas es a disfrutar. Hay que buscar lugares de encuentro colectivo, y si es alrededor de la fiesta, de la risa, de la alegría, aunque sea de la burla de uno mismo, es fundamental.

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