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Un lugar sin prejuicios, culpa ni vergüenza
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Un lugar sin prejuicios, culpa ni vergüenza

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Históricamente, Israel ha sido el territorio por excelencia del judaísmo, una religión y cultura que, junto al islamismo, el cristianismo, el hinduismo y el budismo, forma parte de las cinco doctrinas religiosas más importantes del mundo. A este Estado, visto como la tierra prometida y el hogar para el pueblo judío, viajó Adriana Cooper, columnista y docente, una vez terminó su pregrado en comunicación social. Alargó su estancia hasta 10 años para estudiar, conocer y vivir con consciencia la religión de la que ahora forma parte.

Nació en una familia con orígenes, creencias y puntos de vista diversos sobre Dios y el mundo espiritual. Sin embargo cuando comenzó la universidad se conectó con el judaísmo, y decidió viajar al lugar donde pudiera no solo vivirlo plenamente, sino ejercer su profesión.

En Israel, Adriana fue corresponsal, trabajó en varias salas de redacción, cubrió noticias y fue docente en Jerusalén. Sintió que su tiempo allí había terminado cuando nacieron sus hijas, mellizas. Quiso, entonces, volver a Medellín para estar más cerca de su familia colombiana, conectarse de nuevo con el territorio y su lenguaje, y explorar más el periodismo cultural y la docencia con niños. “El mismo día que soñé con volver, me enteré de que en el colegio Theodoro Hertzl necesitaban un profesor para el departamento judaico” —cuenta Adriana.— “Después de eso, hablé con personas conocidas de la comunidad judía local, presenté la entrevista, pasé y volví”.

Esta institución, fundada en 1946 por la Unión Israelita de Beneficencia, nació como alternativa para brindar educación de calidad a los jóvenes de la comunidad judía de Medellín. Y aunque se cimenta en los valores y expresiones culturales propias del judaísmo, es un colegio que, en palabras de Adriana, mantiene una mezcla ideal entre libertad y respeto: hay puertas abiertas para otras religiones o, incluso, para la ausencia de una.

“Es maravilloso poder darle un lugar a cada persona para que se conecte con su lado espiritual o religioso” —comenta Adriana.— “Hay un día a la semana en que, por ejemplo, los judíos vamos a la sinagoga, mientras los católicos y cristianos se reúnen con sus compañeros y profesores. Quienes se consideran ateos o no profesan ninguna creencia estudian sobre valores humanos y  universales”.

Convivir con personas que profesan otras religiones puede asemejarse a tener un amigo que discrepa en temas e inclinaciones políticas. Adriana, sin embargo, en su recorrido en la docencia encontró un punto en común en las diversas manifestaciones religiosas: el amor. Para ella, este sentimiento bien entendido se manifiesta en el agradecimiento, la libertad, el valor y el poder personal. Además, si se está conectado con estas emociones, hay confianza, los prejuicios quedan por fuera y se van la culpa y la vergüenza. Todo ello no es exclusivo de un grupo particular; por el contrario, es un sentimiento universal que nos ayuda a entender la diferencia como punto de partida para la construcción de un tejido social plural y tolerante.

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