Por: Valeria Querubín
Leí, hace poco, que el proceso de autoaceptación dista de enfocarse únicamente en el cuerpo, en lo físico, en lo que se ve. Que además de las estrías, la celulitis y la grasa, el reto es entender lo que habita en la cabeza, las acciones y los pensamientos, y poder aceptarlos con cierta gratitud y compasión.
Lo cierto es que a los trece, cuando escribí por primera vez, no pensaba en nada de eso. Había peleado con mi mamá y, en medio del arrebato adolescente, decidí no seguir viviendo con ella. Una vez estuvo lista la maleta, me senté en un mueble de la que ya no sería mi casa. Estaba sola y en silencio. Arranqué una hoja del primer cuaderno que vi y escribí. “Entonces decido escribir porque no sé con quién hablar”; así empecé.
Siete años después, ya no escribo por arrebato adolescente, pero durante el tiempo que no viví con mi mamá me habitué a escribir todos los días lo que pasaba por mi cabeza. Se volvió hábito contar mi día a día en un cuaderno, al que siempre llamé diario. Ahora voy por el tercero, y doy fe no solo del poder que tienen los lápices, sino de cómo escribir me ha ayudado a encontrarme de frente con lo que habita en mí.
Y es difícil, porque soy una cobarde empedernida. Todo me da miedo. Y así como hay un cierto temor al ir por primera vez a un psicólogo, por aquello de hablarle de la vida íntima a un desconocido, también hay un bichito que pica cuando, después de escribir de corrido, más sintiendo que pensando, leo el resultado. “¿Tengo esto en mi cabeza?, ¿se supone entonces que tengo que lidiar con todo?” Porque claro, los textos empiezan con el típico “querido diario”, pero después de la tercera línea describiendo situaciones y personas de la cotidianidad, uno termina adentrándose en lo profundo de su cabeza y sacando a flote sentimientos y angustias que antes ni se habían sospechado.
La parte dura no desaparece, y es ocuparse de lo que quedó ahí, en el papel. Por mi parte no he podido, y es que la crisis existencial por la carrera, la vida adulta y las responsabilidades ahora ineludibles hacen que la tarea sea densa y pesada. Hasta ahora, tener un diario me ha ayudado a entender y aceptar lo que tengo por dentro, independientemente de que me ocupe o no de ello; mejor, decido mirarlo desde lejos con atención, como si le dijera: “Sé que existes, te reconozco, permito que me habites, pero aún no estoy lista para hacerte frente”.
Gracias Comfama por ofrecer formación permanente y para todos. Revisar mis hábitos importante para caminar las vida con conciencia.