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El 24 de diciembre regresan la luz y la esperanza
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El 24 de diciembre regresan la luz y la esperanza

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En Navidad regresan los abrazos, la cena en familia, la celebración con luces, los regalos y las tradiciones. Los medios y los “cómo” trascienden todo esto cuando la consciencia esencial está presente en estas acciones.

El solsticio de invierno
El Sol sigue alejándose. Las noches son más noches, los días menos días y el frío es la rutina de una angustia prolongada: la cosecha de septiembre se agota, la ilusión también. La luz
ha olvidado al hemisferio norte y se niega a regresar, sabe que aún no es el momento. Y luego, cuando todo parece estar perdido, el dolor adquiere un inmenso sentido. El Sol se queda quieto. Ha vuelto victorioso y anuncia la esperanza del verano, el renacimiento de la vida, la celebración del trabajo, la recompensa de la espera.

Es el momento de mayor distancia entre el Sol y el hemisferio norte. Pero en esos días, el 21 de diciembre, tiene lugar el solsticio de invierno y todo empieza a renovarse. Poco a poco, después de la noche más larga del año, regresa la luz que hace crecer las cosechas, proporciona el alimento e invita a los animales al campo. Es 24 de diciembre y, en el cielo, el astro sigue quieto, listo para empezar a devolverse. De nuevo, hay esperanza frente a la vida.

El sentido espiritual de la Navidad
La Navidad reivindica la conexión del hombre con la naturaleza, tiene una significación mística con los momentos del año: “Si miramos las culturas ancestrales, las que han desarrollado un alto nivel para manejar a una comunidad grande con su entorno natural, sus recursos y sus diferentes realidades cósmicas; ellas han requerido como esencia misma un calendario, es decir, un conteo
sistemático del tiempo para entender el flujo energético que hay en esa manifestación del cosmos y, con base en esos cambios de energía, programar sus actividades cotidianas”, explica Piti Parra, maestro de artes marciales.

El mundo occidental funciona distinto: la naturaleza debe adaptarse a los hombres. “No entendemos ni nos interesan los cambios del mundo energético cósmico, ni cómo se manifiestan en la naturaleza. Planeamos, por ejemplo, la producción agrícola así los ciclos no estén dados para ello. Eso no quiere decir que internamente no tengamos esa conexión o que nuestro cuerpo espiritual no añore esa reconexión con las verdades cósmicas. La necesita”. Y entonces aparecen los rituales de reconexión para salvar a la humanidad, para que el alma recuerde de dónde viene, para renovar lo que nos une: “Y encontramos un concepto lindo: reconectar. Cuando yo me reconecto participo en ese río energético, me acuerdo de que yo existo y de que la naturaleza no está  separada de mí”.

Todo es posibilidad
Los abrazos, la cena en familia, la celebración con luces, los regalos, las creencias. Los medios y los “cómo” trascienden cuando la consciencia esencial está. “No importa lo que se coma o
lo que se haga. Lo importante es que estamos en familia, con las personas que más queremos”.

“Lo que hay que entender es el calendario, porque ahí está escondido el misterio. El miedo, la desesperanza, la pérdida de fe empiezan a desaparecer el 21. Y el 24 renace la posibilidad de la esperanza de la vida y por ese renacimiento el espíritu se religa a la unidad”, —concluye Parra—. El tiempo es propicio para la transformación. El agua del invierno se ha descongelado. Todos comerán tranquilos ese día, se abrazarán con alegría, volverán a mirar por la ventana. El Sol ha vuelto a brillar.

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