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Los derechos de las mujeres y la nueva fuerza femenina
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Los derechos de las mujeres y la nueva fuerza femenina

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Ganar conciencia sobre el machismo duele e ilumina. Recuerdo haber tenido claro el mío, heredado y aprendido. Fue una conversación amorosa que aún agradezco. Una amiga de la Universidad me dijo, cuando le pregunté si me veía machista: “¡Ay, David!, claro que lo eres. ¿No lo ves?”. Me defendí con vehemencia y tono elevado (una muestra más de mi machismo). Me parecía injusto: mi papá siempre dejó clara la importancia del respeto a las mujeres. Mi mamá ha sido una mujer libre, autónoma y trabajadora. Incluso, un ancestro crucial en mi vida es mi abuela Leticia, mujer anticipada para sus tiempos. Sin embargo, mi amiga, con voz suave, demolió en segundos mi defensa. Me ayudó a ver que era amable con las mujeres, pero cuando moderaba una discusión en la Organización Estudiantil, a veces omitía darles la palabra o las ignoraba. Me hizo caer en la cuenta de mis chistes sobre cómo para mis compañeras de ingeniería era difícil rendir bien en Cálculo. Quiero comenzar este editorial compartiendo que soy machista. También quiero declarar que aspiro a ser exmachista. Aunque tal vez nunca lo logre del todo, porque es difícil sustraerse a la manada. Confieso que soy machista, pero ejerzo poco, al menos eso trato cada día de mi vida.

Por otro lado, con los años aprendí que parte de este mal proviene del estereotipo sobre cómo debe ser un hombre en Antioquia. Recuerdo que me sentía incómodo cuando se burlaban de mí en el colegio por tener, como dicen ahora, un femenino alto. Siempre he leído poesía, me ha gustado la jardinería y era malo para las peleas, tanto que en fútbol era mi hermano menor, capitán del equipo del colegio, el que me defendía de las agresiones de los demás jugadores. Me costaba hablar duro, me daba trabajo interrumpir o levantar la mano en clase. Me sentía débil en un mundo de fuertes. En resumen, a los veinte años era algo masculino, algo femenino y muy machista: pero no lo sabía. Ahora, en mis cuarenta trato de ser, al menos, más consciente y fiel a mi esencia.

Vivimos en tiempos de contradicciones. De un lado, la lucha por los derechos de las mujeres tiene tanto reconocimiento social que incluso los hombres más retrógrados no pueden oponerse, al menos frontalmente. Hay avances en casi todos los temas: política, educación, empleo, derechos sexuales y reproductivos, derecho al placer y a la libertad. Mientras tanto, nuestros desafíos son inmensos, sobre todo cuando miramos los barrios de menores ingresos y las regiones rurales. Por ejemplo, aún me saca lágrimas la historia de violencia de Víctor Gaviria en La Mujer del Animal, por fuerte, pero ante todo por verídica. En estos días hablábamos con dolor de esa práctica delictiva del incesto, todavía admitida socialmente en muchas partes de nuestra Antioquia rural. Pero también pasan cosas en espacios más sofisticados. En foros empresariales y políticos aún es común que los hombres no veamos ni saludemos a las mujeres que participan con todo el derecho, gracias a su liderazgo y capacidades.

Así mismo, estamos en momentos de una hermosa evolución. Hay mujeres y hombres que comienzan a hablar de un nuevo feminismo, con más cariño y comprensión, sin perder la reivindicación de los derechos, que la mayoría de los hombres compartimos. Nosotros comenzamos a hablar de nuevas masculinidades. Por supuesto que la lucha feminista aún no termina, pero vemos un nuevo horizonte: el reconocimiento de lo femenino y lo masculino más allá del género o la identidad sexual. Hay una idea clara desde la antigüedad, el yin y el yang, en la cual se admite que los principios femenino y masculino subyacen en todo lo que existe. Estamos aprendiendo que hay una fuerza en la que son fundamentales la lucha, la competencia y la decisión, y otra en la que prevalecen la cooperación, la sensibilidad y la intuición. Además, resuena cada vez mejor la idea de que ninguna de ellas es superior a su opuesta, sino que ambas pueden unirse para crear, desarrollar y elevar el espíritu humano. Ya muchos comprenden, por ejemplo, que no es necesario escoger entre la ingeniería y el arte. Por esto, en esta edición, desde Comfama los invitamos a defender con toda la energía los derechos de las mujeres y también a reconciliar el femenino y el masculino en cada uno de nosotros. Que los estereotipos de género y los paradigmas culturales no nos impidan ser respetuosos de los derechos humanos, y tampoco nos detengan en el camino de convertirnos en seres integrales e integrados, milagros vivos en los que se encuentra el universo.

 

“Yin y yang, masculino y femenino, fuerte y débil, rígido y flexible, cielo y tierra, luz y oscuridad, relámpago y rayo, frío y cálido, bien y mal… la interacción de principios opuestos constituye el universo”.

Confucio.

 

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