Yasmín fue empleada remunerada del hogar; inicialmente solo encontró malos tratos, pagos miserables e inestabilidad. aún con eso, logró ser profesional en contaduría pública y hoy defiende el derecho de otras empleadas del cuidado a tener un trabajo digno.
Cuando Yasmín Romero salió de su casa en Sincé, Sucre, tenía 18 años, soñaba con ser una profesional y temía que si se quedaba en el pueblo no hallaría oportunidades para un mejor futuro.
Eligió Medellín para buscar empleo como trabajadora remunerada del hogar. Encontró varios pero los pagos eran miserables, la maltrataban, la humillaban frecuentemente y le hacían sentir que era un ser humano de segunda categoría.
Enfrentó la inestabilidad, la ausencia de un contrato y acceso a la seguridad social. Eso le causaba angustia, no podía solicitar un crédito o proyectarse más de un mes; mucho menos, empezar a ahorrar para poder pagarle en el futuro una universidad a su hija Mishell.
Trece años más tarde, Yasmín estaba decepcionada, pero ya había dado el salto de salir de la casa donde trabajaba y buscar mejores condiciones. Rendirse no era opción. Esos días difíciles los sobrellevaba contándole su situación a una amiga que había elegido su mismo destino pero contaba con un mejor presente. Tenía empleadores serios y respetuosos, por eso cuando se dio cuenta de que unos amigos de sus jefes buscaban empleada recomendó a Yasmín.
Paula era el nombre de su nueva jefe. En ese hogar Yasmín se encargaría del cuidado de Pedro, hijo de Paula, y velaría por el orden de la casa. Contaba con un contrato legal, buen sueldo y jefes que se preocupaban por ella.
Un día Yasmín le contó a su jefe que había hecho algunos cursos virtuales en el Sena, pero que por su situación familiar en Sincé no los había terminado. Ella provenía de una familia fragmentada y tenía muy mala relación con su madrastra. Cuando Paula se enteró de eso le propuso que cuando no estuviera cuidando a Pedro, usara uno de los computadores de la casa para estudiar lo que le gustaba.
Las oportunidades son de quien las aprovecha. Yasmín empezó a estudiar con disciplina y demostró tanta dedicación que Paula se ofreció a asumir el costo de sus clases de contaduría pública. Dar el paso implicó madrugadas y trasnochos, también días de descanso y tiempo que podía pasar con Mishell, su hija, invertidos en su propósito profesional.
A diferencia de sus antiguos jefes, para su nueva empleadora, era vital que Yasmín estudiara. Por eso, dispuso en casa un espacio con internet donde pudiera estudiar. Así fue como entre cursos y videos, mientras laboraba, hizo su carrera.
Tener un trabajo digno, con las prestaciones y beneficios, les permitió a Yasmín y a Mishell transformar su calidad de vida. “Yo tuve empleadores que no garantizaban ningún requisito de ley o de afiliación, tampoco recibí un buen trato. Mejor dicho, eran personas que no quieres volver a encontrarte” recuerda.
Catorce años más tarde, en la Corporación Universitaria Remington Yasmín se graduó. Celebró su triunfo pero para ella no era suficiente. Soñaba con que otras empleadas remuneradas del hogar no repitieran sus vivencias y durante un tiempo, dedicó sus domingos a resolverles dudas a amigas y conocidas, recordarles sus derechos y que se merecen empleos en condiciones dignas. Aún la buscan cuando necesitan algunas asesorías. Desde su círculo de influencia, ella proclama que cuidar es un trabajo.
Si el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado fuera un sector económico, sería el más importante de la economía colombiana, equivaldría al 20% del pib colombiano. (Dane).
Puedes afiliar a tu trabajadora remunerada del hogar por días o tiempo completo aquí.
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