Aunque Fernanda estaba acostumbrada a la soledad, y la disfrutaba, vivió días intensos y desconsoladores. Angustia sentía cuando pensaba en los gastos mensuales.
Los contratos en la empresa en la que trabajaba Fernanda Agudelo, de 32 años, fueron suspendidos a causa de la contingencia por la Covid–19. Sin previo aviso y con algunos ahorros tuvo que confinarse sola en su casa localizada en el barrio Aranjuez, en Medellín. La única opción: esperar a que todo pasara.
Aunque ella estaba acostumbrada a la soledad, y la disfrutaba, vivió unos primeros días intensos y desconsoladores. Angustia sentía cuando pensaba en los gastos mensuales. Incertidumbre experimentaba al recordar que no tenía fecha definida para el reintegro a sus labores. Su mente empezó a jugarle «malas pasadas», se puso «existencial», tanto, que optó por ir a pasar unos días donde una tía que vive cerca de su casa.
Ansiedad y compasión, dos sensaciones tan distantes habitaban su mente cada vez que se enteraba que alguno de sus compañeros o conocidos no tenían recursos para mercar. Ella tuvo mejor suerte, conservaba algunos ahorros y un adelanto de la prima de medio año que pudo hacerle la empresa. Y llegó el momento de volver sola a casa.
En su soledad, cada que los pensamientos tristes invaden su mente ella busca consuelo en sus amigos, conversa con ellos por Facebook, ve una película, estudia, lee o se toma una cerveza el sábado en la noche escuchando su música favorita, el rock.
Ese es su presente, mientras la contingencia pasa espera con paciencia, confía en que la situación mejorará. Aprende, es consciente de que debe cuidar su salario, ahorrar cuando es posible y vivir la vida, no es eterna como algunos piensan, es corta y puede cambiar de la noche a la mañana.
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En soledad… aprendemos a esperar
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¿Estabas preparado para estar solo?
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Revisado por Ojo de lupa editores.
Yo en medio de mi soledad he encontrado compañía en mis manualidades reinventando me todos los días para sobrellevar la situación