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Sin música la vida sería un error
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Sin música la vida sería un error

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Tatiana se separó de su familia y se fue para un concierto de rock un 31 de diciembre. Una historia de cómo en la vida, a veces, hay que darle prioridad a esas fiestas que son propias.

 

En la vida los momentos importantes los recordamos, no necesariamente con fecha y hora exacta, más con las sensaciones que nos despierta lo inolvidable, el olor de la cocina de la abuela, el frío de la tarde en la que se terminó una relación o ese vestido que usabas cuando recibiste la noticia de ese anhelado nuevo empleo.

El 17 de junio del 2000 es una de esas fechas para Tatiana. Rock a lo paisa, así se llamó ese concierto donde sonarían las bandas de la escena local más importantes del momento como La Pestilencia, Mojiganga, entre otras, acompañadas por grupos internacionales como Café Tacuba y Arcángel.

El rock en la Medellín del final de la década de los noventa sonaba en todas partes, de Envigado a Bello, de Manrique a Belén, de Castilla a El Poblado. El rock es un estilo de vida. Música que cuenta historias de todo tipo. Para ese entonces, aún en el colegio, Tatiana fue a su primer concierto. Desde ese momento supo que esos acordes la acompañarían el resto de la vida.

A Tatiana los conciertos le mueven las emociones y el cuerpo. «Ni cuando estoy meditando me conecto tanto, no pienso en nada, estoy ahí con toda mi energía, mis sentidos». Los conciertos son su fiesta, su más alto momento de disfrute y celebración.

Esa pasión por la música la comparte con su esposo, es uno de los elementos que los conectan como pareja, por eso planearon, por casi tres meses, un viaje para disfrutar de un concierto, o tal vez lo que hicieron fue asistir a un concierto para disfrutar de un viaje. El 31 de diciembre de 2018, Tatiana y su esposo estaban rodeados de miles de rockeros con sus botas, camisetas oscuras y maquillajes fuertes, parados en una playa de Puerto Vallarta, en México, esperando a Rammstein, uno de los grupos de rock más disruptivos de los últimos años.

Ese momento para Tatiana fue la mejor manera para celebrar el final y el comienzo del año, de saberse viva, feliz, disfrutando cada segundo, reconociendo que ese aquí y ahora, que el budismo plantea, para ella es ritmo.

Ese 31 de diciembre no hubo llamadas a la familia, cenas tradicionales o abrazos de buenos deseos, pero sí risas, energía, gritos, luces y música. A veces celebrar exige elegir y dar lugar a esas fiestas propias.

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