Mi nombre es Ana Isabel Restrepo, soy comunicadora social. Creo que mi vida tiene una alta dosis de dos cosas: talento y fortuna, hoy estoy en mi mejor momento, aunque, quizás no me siento plena. En mis horas de soledad me acecha una pregunta difícil: ¿Aún puedo cambiar de vida?
Hoy me enfrento a una hoja en blanco para cumplir con un favor que me pidió un amigo. Todo surgió en una conversación cotidiana, le dije que pensaba en irme del país y trabajar en cosas nuevas que nada tenían que ver con las que hago ahora. Él me respondió ¿en serio?, si estás en tu «cima»… La conversación quedó ahí, hasta que en estos días me escribió y me hizo una pregunta: ¿aún piensas que puedes cambiar de vida? Aquí mi respuesta: Creo que sí, al menos eso pienso, después de diez años de trabajar como docente, presentadora y comunicadora en varias empresas reconocidas de Medellín. En ellas, por lo menos en la mayoría, era la líder de los equipos, de hecho creo que tuve algo de fortuna en el camino, porque antes de graduarme ya era jefe de un departamento de comunicaciones. Como les dije, llevo diez años trabajando y he pasado ya por cinco empresas, algunos dicen que es demasiada movilidad laboral y que eso no es bueno para mi hoja de vida. Yo creo, firmemente, que no trabajo por un currículo, sino para ser feliz, aprender, retarme, conocer nuevas personas y descubrir cientos de formas distintas de hacer las mismas cosas.
No les voy a negar que a veces eso agota, es como llegar una y otra vez al tope, al «punto final» de mi ruta profesional; noticias escritas por mí, publicadas en páginas de medios importantes, la oportunidad de entrevistar a gente que ni por asomo creí que podía conocer, darme un chapuzón en el mundo de la presentación y vibrar con los miles de detalles que implica un evento de esos que llaman «importantes» para la ciudad, también; y tal vez, lo que me parece más valioso: dar clases y tratar de transmitirle experiencias a esas personas que ya vienen en camino y que seguro, con facilidad podrán reemplazarnos.
Pero es en esos momento de soledad, humana, cuando solo me acompañan Azul y Amarillo, mis dos gatos, que me acechan las preguntas: ¿ahora qué me queda?, ¿ya fue suficiente?, ¿es hora de cambiar?, ¿me hacen falta otros retos?, ¿será que soy buena para esas cosas en las que creo que no tengo habilidad?, ¿podré aprender un nuevo idioma? Y, la más difícil de todas, ¿aún estaré a tiempo de cambiar de vida?
Esa vocecita interior que nos acompaña a todos, siempre me susurra que sí, que me puedo desligar de la rutina, que merezco la oportunidad de bailar otros ritmos, que me puedo sumergir y perder en otras culturas, que puedo arriesgarme a dormir a deshoras y que soy capaz de recorrer otros caminos que con los años se convertirán en historias para contar, cuando me visiten las arrugas y decidan quedarse. Se siente como estar detenida en un cruce de caminos: conservar lo que tengo o soltar para poder agarrar algo nuevo, tal vez más gratificante. Seguro a mis nietos, si es que tengo hijos, poco les importará, en el futuro, que les cuente acerca del día en que redacté ese boletín de prensa ganador, o esa vez que, un poco testaruda, pero movida por la «razón» le llevé la contraria a un jefe que luego me lo agradeció. Tal vez ellos disfrutarán y aprenderán más si les cuento acerca de ese amanecer que vi en una isla desconocida, o cuando me interné en medio de la nada con las aves más exóticas del mundo, o simplemente cuando preparando un café para alguien conocí a mi mejor amigo hindú. ¿Y si les aporto más a ellos, y de paso a mí, acumulando historias de libertad?
Entre más me cuestiono, más siento que me acerco a una respuesta. Presiento que nunca es tarde para cambiar de vida, yo tal vez no lo haga ya, pero declaro que pasará, que llegará ese día en el que, como en otros trabajos, empecé a actualizar la hoja de vida, esta vez lo que haré será buscar un pasaje, les buscaré comprador a mis posesiones y con ilusión les anunciaré a esas personas, que para mí son importantes, que mi vida ya no está acá, que detrás de estas montañas, tal vez en Australia o Tailandia, me esperan otras cosas, porque como dice mi mamá «la vida me quedará debiendo tiempo para recrearme más de una vez».
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Incomodarnos para crecer… Para volverse a sembrar y florecer.
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Sí. No tengo empresa, desdé mí vocación cómo docente,es mí oportunidad para enfocar a los niños en ese cambio de acciones que están deteriorando el planeta. Cómo dejar de utilizar las bolsas plásticas, recuperar material que sea reciclado, sembrar árboles entre otras. Una experiencia con un colegio en los años anteriores fue insectivar a reciclar. Todo los niños de la institución recuclaban sin necesidad de estar recordándoles; lo hacían ya por constancia. Me encanta inculcar en ellos ese valor del cuidado del planeta que en estos momentos es muy urgente de lo contrario seremos culpables de la extinción de todo los Seres vivos.