“¡Si va a discutir, prepárese mejor!”. En ese momento me di cuenta de que no tenía un solo argumento. Recorrí con la mirada, avergonzado, la larga mesa del consejo directivo de la Universidad. Los demás me miraban con lo que a mí me pareció una profunda lástima. Sentí que mi silla era, en ese instante, mucho más baja que las del rector Juan Felipe Gaviria y de su secretario general, Juan Diego Vélez. Estábamos hablando del aumento de matrículas que, como representante estudiantil, juzgaba demasiado alto. Pensaba en mi mamá y sus dificultades para pagarla cada semestre. Pero no tenía idea del desempleo, de la inflación, de los costos, ni de los planes de la Universidad. Tampoco fui capaz de contar la historia de mi mamá. Al final, pasé una tarde terrible, entre la vergüenza intelectual y la frustración. No pude sino asentir en silencio y votar a favor, muerto de la vergüenza. ¡No estuve a la altura de mi responsabilidad en una de mis primeras reuniones!
Luego, cuando comenzaba la construcción de la Biblioteca de Eafit, hoy uno de los centros culturales más importantes de la ciudad, escribí una columna en el periódico de la Universidad en contra de la obra. Mi propuesta era que, en lugar de un edificio, se usara ese dinero para becas de doctorado de los profesores, pero no fui capaz de dejar ahí y decidí criticar a Juan Felipe diciendo que a ese faraón bien le podría servir una pirámide. En el siguiente consejo esperaba un choque, una mirada, algo en mi contra. ¡Nada! Me ignoró… y eso me hizo sentir, de nuevo, como un liliputiense. Alguien me explicó luego de los años: “Él solamente le para bolas a las ideas”. Le recordé la columna el día de la inauguración de la biblioteca, ofreciendo disculpas y reconociendo la importancia del proyecto. Solo me miró con algo de arrogancia y humor y me dijo: “Hombre, ¿y no se podrían hacer las dos cosas?”.
A veces se aprende con la fricción, con la competencia. Hay un viejo proverbio que dice “El hierro afila el hierro”. El desacuerdo, que se podría explicar como la competencia de las ideas, promueve la excelencia. Fue así como, en la discusión universitaria sobre las humanidades y la flexibilización de los currículos, convocamos una reunión con los inolvidables representantes estudiantiles del año 1996 y pasamos toda la tarde de un domingo pensando en cómo aportar, en qué rechazar, en cómo explicar, en comprender mejor a nuestros interlocutores. La imagen que tengo en la memoria es la de Carlos Zafrané, el representante de Ingeniería mecánica, entrando al edificio de la rectoría para el consejo académico, lleno de papeles, firme y sonriente, con el diccionario de la RAE en la mano para definir correctamente “flexibilización” antes de comenzar su discurso. Ese día sentí que habíamos aprendido a discutir con argumentos, con ideas, con respeto, sin miedo.
Siempre agradeceré a Eafit, a Juan Felipe y a Juan Diego por enseñarme a no temer los desacuerdos, a disfrutarlos, a prepararme y a respirar profundo para que las emociones no me tomaran ventaja (correr, gritar o llorar no son muy útiles en la mesa de una junta). Me hacía falta porque en mi familia, como en muchas casas antioqueñas, no éramos muy buenos para encontrar ese lugar poderoso entre el silencio y el conflicto, donde viven el debate, el diálogo y la discusión.
Por esta razón, en Comfama decidimos hacer esta revista. Porque en el contexto de lo que los medios y la gente llaman “polarización” y conflicto, se nos ocurre que el camino para un país más pacífico y desarrollado no pasa por tener menos, sino más desacuerdos públicos, explícitos y mucho mejor manejados. El mundo entero está preocupado porque las democracias liberales enfrentan grandes desafíos, el diálogo público se ha deteriorado, nos encerramos en los extremos. Incluso las discusiones empresariales y familiares se bloquean por partidismos, por ideologías, por valores religiosos o por posiciones irreconciliables sobre los temas más diversos.
Queremos invitar a empresas, familias y a la sociedad a no temer a la diferencia, a abrazar el desacuerdo como fuente de progreso y aprendizaje. Esto es algo que aplica para las organizaciones, la ciencia, la política, la familia y el amor. Pensamos, como escribió recientemente Arthur C. Brooks en su libro Ama a tus enemigos, que necesitamos ciudadanos que no desprecien a los otros, porque esa cultura de despreciar, ignorar o acallar la perspectiva de quienes piensan diferente nos arrebata el valor de la diversidad, nos limita el aprendizaje y es la fuente de muchos de nuestros conflictos. En lugar de esto, compartimos la idea de Brooks de partir siempre de un marco de valores comunes. Para que haya una buena calidad de discusión y debate debemos reconocer que hay una moral básica compartida, que el otro es digno, que puede tener algo de razón, o mucha. ¿No creemos todos (derecha e izquierda, jóvenes y adultos, de todas las razas) en la justicia, la compasión y en la dignidad de las personas?
Para eso, es clave respetar e incluso amar, en un sentido amplio y humanista, al que tenga ideas diferentes, o las exprese de una manera que nos disguste. ¿Qué tal si en la empresa los gerentes comenzamos por contratar gente con la que sabemos que tendremos diferencias?, ¿qué tal ir a esa reunión social o familiar donde sabemos que somos minoría?, ¿por qué no escuchar el discurso completo del político por el que no hemos votado nunca?, ¿qué tal sacar un rato esta semana para buscar a alguien con quien tengamos un desacuerdo, escucharlo con atención, tratarlo con respeto y mirarlo con amor?
Me llama mucho la atención esta postura del autor y obviamente de Comfama, que “se atrevió” a hacer esta apuesta por un mejor entendimiento de los seres humanos.
“Desde la diferencia se construyen y se ponen en práctica las grandes ideas “
Mirar la diferencia con amor y respeto, es definitivamente un gran paso hacia la resolución de una situación conflicto. Cómo lo menciona David en el artículo, nuestro punto de partida, visto desde el marco de los valores comunes, nos pone frente a nuestro primer acuerdo. Vos y yo a por la solución.
Que sana manera de mirar y analizar. Somos muy impetuoso e histéricos y queremos imponer nuestro criterio a como de lugar.
Deberímos hacer el esfuerzo e intentar controvertir sin pelear ni involucrarnos con apasionamientos que sólo bloquean la mente y empañan las visiones claras, limpias sencillas, que proporcionan mejor vida y tranquilidad.
Muchas gracias por confirmarme que la lucha anti ego continúa. Y les cuento que he podido ir avanzando cuando intento tolerar y reconocer el valor de la otredad.