“¿A uno le tienen que pedir perdón para poder perdonar?”, pregunté en medio del diálogo con la voz temblorosa. “El perdón es un proceso individual, psicológico, no necesariamente social”, respondió el hombre sentado frente a mí. Lenta y suavemente sentí que las lágrimas contenidas por más de dos décadas estaban a punto de abrirse paso hasta mis ojos. “A veces uno se da cuenta de que ha perdonado y ese momento es una especie de liberación”, dijo. “Quien perdona, gana en el sentido en que se vuelve lo mejor de sí mismo, encuentra al ángel que tiene adentro”. Cuando terminó esa frase, yo estaba inundado. Quería llorar delante de un completo desconocido, pero como era una reunión de trabajo, convertí ese llanto mudo en una sonrisa que debió salir como una mueca torpe. Agradecí sus palabras, susurré que describió perfectamente lo que sentía con referencia a los asesinos de mi padre. “Este país necesita muchas personas como usted”, dije mientras le apretaba la mano con fuerza, para calmarme a mí mismo.
Así fue, más o menos, el día que conocí al Padre Leonel, el director de la Fundación para la Reconciliación. Digo más o menos porque cuando uno siente algo fuerte, la memoria funciona distinto, quedan unas cosas y se van otras. En esa reunión supe que había dejado atrás la ira y había aprendido a vivir sin la verdad completa, que el perdón había sido, para mí, una especie de autorreparación. Esa tarde bogotana descubrí que había perdonado lo aparentemente imperdonable, que no había en mí espacio para los pensamientos de venganza. Leonel me describió en menos de una hora el proceso que había vivido gradual e imperceptiblemente luego de la muerte de Juan Gabriel en 1992. Del dolor a la rabia, a la frustración, al compromiso (¡que nadie viva lo que yo viví!), para terminar en la compasión amplia y tranquila, que no necesita de nada más, frente al otro, al que hizo el daño.
No sé cómo lo logré, pero con los años comprendí que tuve suerte, porque esto es algo más complejo de lo que algunos piensan. También me sorprendí, porque luego de perdonar el asesinato sin justicia ni reparación, había pensado que nada más podría ofenderme. Pero me fui dando cuenta de que tenía pendientes, descubrí que la jerarquía de las ofensas es extraña, que a veces perdonamos lo más aterrador, pero no un dinero que nos deben o una ofensa laboral. Esa es la paradoja del perdón, porque no es una ciencia, no tiene fórmulas, sus caminos son misteriosos y aprender a perdonar es un arte que, como todas las artes, se aprende mediante práctica y paciencia.
En estos tiempos nos hablan del perdón desde lo político y social, debido a la violencia colombiana, pero poco nos enseñan de este asunto fundamental para nuestra vida en comunidad. No nos enseñan a sobreponernos a esas acciones cotidianas que duelen y enfurecen, como la música a alto volumen del vecino, o el ceño fruncido de nuestro jefe o la frase descolgante de aquel familiar. Por eso en Comfama hemos decidido reflexionar sobre el perdón desde la perspectiva humana, psicológica y de salud mental, desde las vivencias. Pensamos que nuestro rol es entrar en los hogares, mirar a los ojos a las familias, y proponer, de vez en cuando, temas para las reuniones empresariales. Pensamos que el perdón nos incumbe a todos y comienza en el corazón de cada uno.
La sanación colectiva que necesitamos los colombianos difícilmente ocurrirá sino conversamos antes de estos temas desde lo más íntimo y cotidiano. Quizás debamos buscar las fuentes del perdón en lo espiritual, en la profundidad de la consciencia humana y debamos observar primero nuestras sombras para lograr sentir compasión por las de los otros, tan humanos como nosotros. Perdonarnos es clave para perdonar.
Proponemos, además, que es crucial aprender a transitar del perdón a la reconciliación, el más necesario de sus efectos y el más aventajado de sus hijos. Sugerimos, igualmente, que se puede convivir con los otros sin perdonar, que es mejor vivir sin hacer daño que vengarse, algo que trae poca satisfacción y mucha desgracia. Estos que viven en paz sin retaliar tienen pendiente algo, sobre todo con ellos mismos, pero merecen todo nuestro aplauso.
Soñamos con que, gracias a esta publicación, algunas familias lleguen a casa y sean capaces de preguntarse: “¿Qué tendremos pendiente nosotros?”. Invitamos igualmente a las empresas a proponer esta conversación, a que se ocupen, como ya hemos dicho, de la salud mental de sus trabajadores. Esto les traerá no solo más productividad sino que les permitirá “aportar a su contexto”, como dice Leonel, “a ayudarle a las personas y a sus familias a ser mejores”.
Exelente todos deberíamos aplicar esta terapia y sabríamos nuestros corazones
Cómo puedo conseguir las publicaciones de mayo y junio? Me parece un material muy valioso no me quiero perder ninguno.Además para trabajarlo en familia, espectàcular felicitaciones!!!P
El perdón libera el alma
… y si trabajamos en la compasión y el mindfulness como empresa y nos damos a conocer desde el servicio como tal? … creo que sembraríamos esperanza en nuestra sociedad, la cual clama por atención, por ser mirada y apreciada.