Un propósito común llevó a Nora y a Jorge a desarrollar hábitos, como la conversación y el consumo responsable.
En 1970 el planeta Tierra tenía 3600 millones de habitantes. En ese momento de la historia, Nora Elena Londoño Fernández y Jorge Iván Toro Uribe tuvieron suerte, coincidieron, pero además a través de las conversaciones, se dieron cuenta de que tenían un objetivo común: cambiar su estilo de vida e irse para el campo.
Para lograrlo acordaron que, al terminar la universidad, ninguno de los dos se comprometería con un trabajo estable, más bien harían uso de algunos ahorros y se irían a montar una granja: Sonsón, al oriente de Antioquia, fue el sitio elegido.
Así iniciaron una aventura llena de descubrimientos en la que ambos, con costumbres citadinas, desaprendieron algunos hábitos, para implementar otros. El primero llegó con el entorno, y es que para no rendirse y sentir que era inevitable regresar a casa, aprendieron a aprovechar cada uno de los recursos propios de su entorno. Eso que comenzó como una obligación, poco a poco se convirtió en un hábito fundamental que dio paso a una profunda mentalidad, encaminada a la conversación y al consumo responsable.
Aprendieron a reutilizar la madera y los sobrantes de los pinos que eran cortados cerca de su reserva natural, para con ellos hacer muebles y camas, convirtieron la tierra en la pintura de sus paredes y también tuvieron una letrina para generar abono natural.
Al tiempo empezaron a implementar la conversación, la descubrieron al interactuar con la comunidad que los rodeaba, así transformaron su reserva natural en una granja escuela, a la que iban grupos de campesinos a aprender técnicas de reutilización y aprovechamiento de elementos. En cada encuentro, con palabras y acciones, concientizaban a sus vecinos.
El poder de la conversación se materializó cuando mediante acuerdos comunes y compromiso, los habitantes del lugar lograron gestionar la construcción de un acueducto con una extensión de
siete kilómetros, que aún hoy funciona. Un gran logro, pues Nora recuerda que la primera vez que ella y Jorge fueron al territorio, las personas tomaban el agua directamente de las cunetas.
Guiarse por los valores propios
En el año 2000 todo cambió para Nora y Jorge, distintas situaciones de violencia los hicieron salir desplazados de su reserva natural. Ambos conservaron los hábitos que habían adquirido, seguían reciclando y reutilizando elementos como las bolsas plásticas.
Según Jelena Kecmanovic, profesora de psicología en la Universidad de Georgetown, cuando las personas se guían por sus valores auténticos, maximizan sus probabilidades de adquirir hábitos asociados. Ese es el caso de Nora y Jorge quienes, al adoptar el hábito de vivir en el campo, desarrollaron otros comportamientos afines como el consumo responsable y la conversación, para generar consciencia acerca del cuidado de los recursos naturales.
El desplazamiento los obligó a reiniciar su proyecto. Esta vez en el municipio de El Retiro, en el Oriente de Antioquia, abrieron un vivero llamado Cantos de agua, en el que hoy trabajan por la propagación de árboles nativos, que son vitales para la conservación del agua y de la fauna silvestre.
En su vivero y vivienda continúan con la práctica del consumo responsable: el agua de la ducha la reutilizan para vaciar el baño, no compran muebles, reciclan estrictamente y hasta tienen una
huerta para producir sus propios alimentos sin fertilizantes.
Igualmente mantienen la conversación, tienen disponibles recorridos guiados en los cuales, mediante el contacto con la naturaleza, las personas experimentan momentos de consciencia
que pueden desembocar en preguntas acerca de su forma de vivir y de cómo aportan al cuidado del planeta.
Nora y Jorge son la muestra de que una motivación genuina, construye hábitos.
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Dice la ciencia
Los hábitos se contagian, por ello es más fácil adquirirlos si pertenecemos a un grupo que ya los practica.