Dos ciudadanos de una misma ciudad, Carlos Julio que se reconoce apático, mientras Gerardo tiene incontables años de trabajo por la comunidad. Ambos se enfrentan a las mismas pregunta difíciles en tiempos convulsionados: ¿qué significa ser ciudadano? y ¿qué obligaciones tengo al serlo?
Más allá del retuit
Por: Carlos Julio Álvarez Restrepo
Evan Williams y Biz Stone están más inmersos en mi cotidianidad de lo que yo pensaría, esto porque todos los días, a veces ya en la noche, entro a Twitter a ver las últimas noticias. Ellos son los creadores de este servicio de microblogging en el que se opina, se comenta, se publican fotos de las vacaciones, se hacen promociones de productos, se miente, se cree decir la verdad, se conocen personas y, por estas noches, se hace tendencia la palabra «Sarita», gracias a uno de los personajes de la telenovela Pasión de Gavilanes.
Es quizá un espacio en el que hay cabida para todos. Eso incluye, las fotos de desnudos de «Esteban» o la disputa entre los fans de J. Balvin y Shakira (en la que yo me fui a favor de la barranquillera); y también, los temas que nos competen como ciudadanos: la defensa de lo público, la seguridad nacional, la corrupción o la violencia contra las mujeres, afrodescendientes, homosexuales y personas trans.
Allí, en Twitter, cuyo significado va desde el «pío de un pájaro» o «una corta ráfaga de información intrascendente», se hace las veces de espacio para la ciudadanía digital, que como lo dijera, el profesor, Mike Ribble, es un mecanismo en el que nos sentimos en comunidad. Una comunidad con reglas y normas de comportamiento propias, todo gracias a la tecnología. Es como ser parte de algo, ¿y de nada al mismo tiempo?
Si bien el concepto de ciudadanía no se aplica en el sentido estricto en escenarios digitales, entendiendo que, entre otros, no hay un acceso universal de los ciudadanos a la tecnología, siento que esta ciudadanía que se ampara en los entornos digitales nos ha posibilitado obtener o incluso generar información que facilita una voz en el debate público; lo que nos exige, claro está, mucho más como ciudadanos.
Y ¿será que yo si estoy a la altura? Está bien opinar de telenovelas, compartir los atardeceres o celebrar los años de pertenencia a la red social, eso lo he hecho miles de veces. Pero, cuando se trata de nuestros derechos y deberes como ciudadanos ¿estaré fallando al comentar a la ligera como si opinase de la última eliminación de RuPaul’s Drag Race? Así, con las vísceras, porque una concursante me caía bien y fue eliminada antes de tiempo.
Creo que el ejercicio de mi ciudadanía digital, en un escenario como Twitter, se estancó en el retuit, es decir, publicar algo que otro ya dijo. Está bien, sirve para amplificar el mensaje de alguien con el que yo estoy de acuerdo, pero ¿y mis propias palabras?, ¿mi propio análisis?, ¿mi propia visión de la vida?
No tengo la respuesta: retuitear puede contribuir en el ejercicio de diálogo, pero esto me demuestra la necesidad, en un escenario de incertidumbre, como el actual, de que muchas personas como yo, que se sientan en la tranquilidad de la pasividad, debemos tomar acción: no en Twitter, sí en la vida social y democrática, representada en cualquier escenario.
A mí por ejemplo toda esta reflexión me la generó un ejercicio del trabajo, algo que propusimos en Comfama, llamado #UnaCiudadQueSePregunta, pasé de cero a muchas inquietudes: ¿cómo generar y modificar información en línea que fomente la participación?, ¿cómo trascender el «piar del pájaro» y llevar el debate a otros escenarios de participación ciudadana? Caminos propuestos hay muchos para hallar las respuestas, caminos que no dejan de abrirse tras las coyunturas. En esta ciudad que se pregunta por la gobernanza, por la seguridad en los barrios, por las disposiciones frente a la pandemia por la covid-19 o por los avances de obras de infraestructura, apareció la iniciativa de veeduría @TodosXMedellin, y lo hizo con fuerza.
Tal vez esa es otra forma activa: generar acciones similares, informarse para participar en redes y hacerlo de forma respetuosa, pero sobre todo cuestionarme y entrar en acción, es esa tarea la que me queda. Me pregunto y les pregunto: ¿qué estamos haciendo para otros y lo dejamos de hacer por nosotros?
Ser ciudadanos de la misma ciudad
Por: Gerardo Pérez Holguín
Basta con observar y uno aprende. Hay una ciudad que se ha construido en medio de todas las adversidades, de la mano y el corazón de hombres y mujeres que sacan de lo más profundo de su ser tenacidad y esperanza, para liderar en sus comunidades desde las obras más colosales hasta los sentidos más íntimos de la solidaridad.
Siempre me pregunto ¿de qué están hechos?, en una sociedad que contagia a diario el individualismo, el sálvese quien pueda, uno podría contar en cada barrio, en cada vereda la épica de la resistencia a través de las jornadas prodigiosas lideradas por estos seres mágicos.
Les veo caminar de casa en casa, en cada lugar alguien tiene una pregunta por hacer, una solicitud por acompañar, una alegría o una tristeza por contar. También una nueva campaña por iniciar, un consejo por dar, un conflicto por resolver.
De verles y escucharles aprendí que nuestro gran desafío es ser ciudadanos de la misma ciudad, no darles espacio a las fronteras que terminan encerrándonos en espacios aparentemente libres de contagio, pero llenos de soledades e imposibilidades de construir proyectos colectivos.
Tenemos que entender que no basta con cumplir las leyes y ejercer los derechos para creer que lo estamos haciendo bien; no podemos ser una mejor sociedad si no nos importa la dignidad de la vida del otro, si no tejemos lazos solidarios que nos conduzcan a preocuparnos por los problemas y las dificultades que viven esos vecinos de toda una ciudad.
Todavía me duele cuando escucho en algunos sectores de la sociedad decir que se debe invertir en la educación de los jóvenes para evitar que se queden sin hacer nada y terminen volviéndose peligrosos para la sociedad. Es de un egoísmo extremo el pensar que de la inversión social en los más pobres depende del daño que nos puedan hacer en el futuro y no en la dignidad de su vida.
Creo firmemente en que la invitación debe ser a no mirar la pobreza de los otros como su destino inexorable, como la marca de una vida a la que tienen que resignarse. Creo que una sociedad que no comprende que la lucha más humana que debe emprender, es la de la dignidad de la vida de todos está embarcada en su más honda tragedia.
Al recorrer la ciudad, la única invitación que nos tenemos que hacer es no hacerlo como turistas, es habitarla para reconocer las riquezas de cada lugar, aprender de conceptos como la vecindad, el convite y los lazos comunitarios. Entender que los desafíos de cada territorio son los de todos y que la lucha por una sociedad más justa es una tarea colectiva que no conoce de excusas.
Hay una palabra que resume para mí el sentido de la ciudadanía y es: la compasión, ese arte de aliviarnos juntos. Una sociedad es un ser vivo que necesita sanar sus partes, darles amor y esperanza, construir caminos conjuntos por la equidad y la vida.
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Incomodarse para crecer… Preguntarnos si estamos haciendo y exigiendo lo suficiente para mejorar ese lugar que habitamos.
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