Por: Mauricio Mosquera @mauromosquera
Comunicador social
Es mucho el tiempo que pasamos en la oficina quienes crecimos como empleados y trabajamos para empresas de cualquier tamaño. Al menos un tercio del día estamos junto a un montón de personas con las que compartimos un propósito, pero que también tienen muchas características diferentes a las nuestras. Tal vez por eso se habla de la empresa como “una familia”, aunque en mi caso prefiero el término “comunidad”.
En las oficinas nos encontramos a los extrovertidos, a los tímidos, a los que quieren saber de la vida de los otros y a los que no quieren compartir su vida personal. Somos de distintas generaciones y profesiones, tenemos un marco cultural distinto, pero quisiera pensar que todos tenemos algo en común: las ganas de disfrutar lo que hacemos y de “pasar bueno” en el espacio laboral.
Dentro de este “pasar bueno” están el humor y la risa, que a veces parecieran ser un medidor de satisfacción laboral y que, en algunos casos, se convierten en estereotipo: “es que allá se ríen mucho, que trabajo tan bueno”. El humor es, en todo caso, una válvula que alivia la presión laboral, que muestra un poco quiénes somos y que, en un mundo ideal, nos acerca como personas y nos lleva a conocernos mejor.
Sin embargo, en mi caso, y por mi profesión, siempre he estado rodeado de comunicadores y profesionales de áreas creativas, por lo que las bromas en mi entorno suelen ser de alto calibre. Tanto para lo bueno, como para lo malo. Somos expertos en memes, en gifs y muy audiovisuales; pero de vez en cuando nos ha salido el tiro por la culata, por querer reírnos, hemos llegado a ridiculizar a algún compañero y por esa creatividad y velocidad que nos caracteriza hemos perdido los frenos. A veces no hemos sabido cuándo parar.
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Un día, un comentario sobre la adopción llevó a un chiste, luego a una frase y luego a una imagen que, en vez de relajarnos, ofendió a alguien del equipo quien, con todo derecho, hizo el reclamo respectivo y nos invitó a pensar en ese pequeño detalle de “no me gusta que te burles de la adopción, yo tengo una hija adoptada y te pasaste de la raya”. Después de esto solo hubo tensión, dolor y un mal recuerdo que nos hace sentir pena cada que sale de nuevo a flote. Igual sucede con muchos temas: la diversidad sexual, la raza, la carga laboral o las capacidades de los demás para ciertas labores.
Me surgen dos preguntas: por un lado, ¿qué hay detrás de los chistes que hacen carrera y no dejamos de repetir? ¿Será descalificación o miedo a la diferencia? Y por otro, en mi rol de líder de equipo, ¿hasta dónde divierte y cuándo empieza a doler? Yo, personalmente, sé que he pasado la raya algunas veces con comentarios hirientes y con dejar que cojan ventaja chistes que luego dejan de serlo. Por eso ahora, que pienso en “lo bueno que pasamos en la oficina”, siento que es mi deber combinar la risa y el humor con la sinceridad, las conversaciones cercanas y la escucha
de los demás para no “hacerle duro” a mis compañeros y para que algo que nos ayuda, no se vuelva en contra.
Yo mismo me pregunto que pasa con el humor negro que me precede, con mi costumbre de saludar a mis amigos, que recién perdieron a un ser querido, con un cariñoso “bienvenido al
club de los huerfanitos”. Les juro que lo hago con cariño, pero a veces, obviamente, sale mal.
Sarcasmo es un término que proviene del latín sarcasmus,
aunque su origen más remoto está en la lengua griega.
La etimología de la palabra remite a “cortar o morder un
pedazo de carne”.
El concepto hace referencia a una burla cruel y mordaz
que ofende o maltrata a alguien o algo. Por eso
su origen etimológico está vinculado a “morder la carne”
(de la persona víctima del comentario sarcástico).
Excelente tema, nos invita a dejar el facilismo frente a los temas del humor y mejor trascender y buscar otras posibilidades, que bien sabemos estan en nuestro entorno.