Mariana, única hija de Teresa, se dedicó a cuidarla por su Trastorno Afectivo Bipolar. Su vida se paralizó. Tanto que, al igual que su madre, terminó enferma. Una historia para comprender por qué el cuidador también necesita cuidado.
Mientras Mariana se formaba para ser periodista, su madre libraba una de las batallas más difíciles de la vida: luchaba contra su propia mente.
Era 2014 y Mariana estudiaba en la universidad. Tenía casi cuatro trabajos: con uno condonaba su beca, con otros dos conseguía algo de dinero, y con el cuarto, en el periódico de la facultad, sumaba experiencia profesional.
Teresa, su mamá, entró en depresión y renunció a su trabajo, se encerró en casa y apenas recibía un tratamiento lento y precario. Mariana buscó ayuda donde pudo: en un consultorio por internet, con investigadores universitarios y centros de salud mental particulares.
En todos los casos el diagnóstico fue consistente: se trataba de Trastorno Afectivo Bipolar – TAB, una enfermedad asociada a la salud mental que si bien se puede controlar, hace que quienes la padecen se muevan entre las fases depresivas y las fases maníacas. Mariana, entonces, tuvo que cuidar a mamá.
Los cambios en el estado de ánimo de Teresa deterioraron la convivencia; lentamente, se quedó sin amigos y se refugió en la única persona a la que dejaba acercar: Mariana, su hija.
No tenía papá ni hermanos y, cuando buscó ayuda en el resto de la familia, nadie más podía. No había dinero para pagarle a otro cuidador y entidades públicas tampoco tenían cómo apoyar el cuidado de Teresa. Mariana tuvo que asumir todo el cuidado sola. El desenlace era evidente: Mariana, la cuidadora, necesitaba ser cuidada.
Por haber renunciado a su empleo, Teresa había perdido la afiliación a la EPS, ya habían pasado dos años desde que la enfermedad había empezado, reinaba la angustia, nada mejoraba y solo quedaba una alternativa: la jubilación de Teresa. Cuando esta llegó, reingresó al régimen contributivo y accedió a un tratamiento más oportuno.
Mientras este avanzaba, la salud de Mariana no dio más y empezó a sufrir crisis de ansiedad. La primera la vivió mientras iba en un bus: sintió que se desconectó de todo y que el ruido mental se apoderaba de su mente.
Los roles de madre e hija, tuvieron que invertirse. En tanto Teresa superaba la depresión y controlaba el TAB, cuidaba de Mariana. Ahora quien antes era cuidada, cuidaba.
Por cuenta de su nueva enfermedad, Mariana entendió que no debió asumir sola el cuidado de su mamá, que todo cuidador requiere apoyo de su entorno, descanso y hasta tener con quién hablar de lo que siente.
Para recuperarse, tuvo que soltar algunas de sus responsabilidades: renunció a dos de sus trabajos para poder tener descanso y tiempo de ocio. Cambió hábitos para recobrar la energía y empezó a practicar yoga y ejercicio físico.
A Mariana la enfermedad de su madre le permitió comprender que dedicarse al sostenimiento de la vida de los demás, incluso de seres queridos, es una labor agotadora, muchas veces solitaria y silenciosa. Una tarea que puede emprenderse con cariño pero no puede ser un favor. porque es un trabajo que debe ser reconocido y dignificado.
Cuidar a alguien por amor se convierte en una tarea difícil debemos comprender que necesitamos que nos ayuden