La proximidad es reconocer nuestros lazos de interdependencia y saber que cuidar del otro es cuidar de mí.
Las circunstancias que hoy llamamos contingencia son condiciones de una nueva realidad que se está creando y desenvolviendo, mientras todos, atónitos, pensamos que el tiempo se detuvo, que un virus nos encerró en nuestras casas y que la economía se contraerá, en los asuntos particulares y globales. Todo esto sin pensar que lo que viene dependerá de las decisiones que tomemos y las acciones que realicemos en los próximos días.
Es necesario que nos demos cuenta, más pronto que tarde, que no se trata de un problema temporal, sino de un cambio esencial. Es un reordenamiento de las variables personales, familiares, sociales y económicas de cada uno de nosotros (personas e instituciones). El reto es mutar y adaptarnos con la mayor velocidad posible a esta nueva realidad, desde nuestro sistema físico, nervioso, emocional, mental y filosófico, y que eso nos permita avanzar hacia el desarrollo de un pensamiento más reflexivo, para tomar decisiones en el nuevo contexto.
Esto también significa revisar los valores que en época de caos vuelven al primer plano. Un sistema de valores mucho más fuerte y sencillo, que privilegie, por ejemplo, virtudes como la prudencia y, a su vez, permita armonizarla con la capacidad de actuar de manera ágil. Es necesario responder con sentido de urgencia ante los riesgos, sin perder la prudencia que ofrece una visión a mediano y largo plazo que valore las implicaciones de cada acción.
Este tiempo confirma, más que nunca, nuestra interdependencia, no solo por el acelerado intercambio de un virus, ya bastante ilustrado en estos días, sino, sobre todo, por el efecto en cadena que tienen nuestras decisiones.
Y, justamente, es sobre ese efecto sobre el que quiero reflexionar. En la medida en que seamos más conscientes de la relevancia de las decisiones y del tiempo en el que las tomamos, mayor será nuestra atención frente a las posibles implicaciones, sobre todo en el ecosistema de valor.
En la medida en que, ante los riesgos futuros, los actores del sistema –personas e instituciones– tomemos decisiones anticipadas por temor al futuro, y sin medir suficientemente sus impactos y consecuencias, seguramente adelantaremos escenarios indeseables. Así es la paradoja del «papel higiénico», que ilustra un comportamiento social generalizado ante la incertidumbre, una conducta hacia el sobreabastecimiento, la rápida reacción hacia la protección de bienes o recursos, por lo que se suspenden anticipadamente servicios y contratos, se dejan de pagar obligaciones, arrendamientos y múltiples compromisos. Pero si no reflexionamos sobre el efecto en cadena que este comportamiento crea en toda la economía, se hace imposible detener el agotamiento del sistema y el debilitamiento del eslabón más débil, lo que conlleva finalmente a su fractura.
Esto es válido para las empresas e instituciones, de igual manera: si el miedo nos hace sobrerreaccionar, pidiendo medidas de protección, antes que promover y ejecutar las propias; si no se recurre a las reservas morales, técnicas y materiales con las que cuenta cada organización, y si se privilegia la economía de guerra sobre la economía colaborativa, si el «sálvese quien pueda» es la premisa, se desestimarán acciones prudentes que den más tiempo a una reconfiguración de los escenarios futuros.
Hoy más que nunca la ética de la proximidad y la compasión se hacen necesarias, pero me refiero a ellas desde el pensamiento práctico. La proximidad es reconocer nuestros lazos de interdependencia y saber que cuidar del otro es cuidar de mí, que, si no cuido el ecosistema cercano, el menos próximo se devolverá sobre mí con mayor severidad, que si no cuido de la salud y de la economía de los cercanos, vendrá el efecto bumerán de todos aquellos que actuaron como yo.
De igual manera, la compasión, tan nombrada en este tiempo, va más allá de proteger al débil mediante la filantropía. Se trata más bien de evitar el sufrimiento del otro con el actuar bondadoso y empático. Quiere decir que donar para ayudar a los informales, a las personas en situación de calle o a los vulnerables es valioso, pero es tal vez más compasivo cumplir con el papel fundamental que como actores privados nos queda: cuidar de nuestros sistemas próximos al seguir pagando el trabajo que nos realizan, los servicios que recibimos, mantener los contratos que tenemos y, sobre todo, actuar con prudencia y nobleza ante la incertidumbre, reconociendo siempre nuestra interdependencia.
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En tiempos de crisis: prudencia, nobleza y compasión.
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Que belleza! Gracias por ser un bálsamo para el alma en estos momentos