Katherine nació en Segovia y gracias a la lectura y a sus ganas de aprender pudo asistir a la universidad e imaginar un futuro diferente. Una historia de insatisfacción proactiva para girar un destino que parecía prefijado por un lugar de nacimiento.
La infancia de Katherine Muñoz transcurrió en Segovia, en medio de escenarios hostiles, donde la muerte era una compañera habitual, y parecía que el único destino era cavar profundo en búsqueda de oro y resignarse a la oscuridad.
Su madre, una docente insatisfecha con lo que parecía ser el destino de sus hijos, y a pesar de la pobreza que rondaba en la cocina, llevaba muchos libros a casa para que Katherine conociera otros mundos posibles y descubriera que había un horizonte más allá de esas montañas.
Para Katherine, cada viaje a Medellín era la oportunidad para buscar otras certezas de vida surgidas a partir de su inconformidad, en cada curva de la polvorosa carretera que la llevaba de regreso a su pueblo, entendía que cambiar su futuro, al parecer ya predeterminado por su lugar de nacimiento, estaba en sus manos.
Cuando la adolescencia tocó la puerta, Katherine se embarcó en cumplir ese sueño que cobró vida desde que su madre le regaló un libro: ser profesional. Después de graduarse como bachiller, llegó a Medellín para estudiar en la Universidad de Antioquia.
Pero solo cinco de los trescientos compañeros que terminaron el bachillerato con ella ingresaron a la universidad, por lo que se preguntaba ¿qué podía hacer?, ¿por qué tan pocos lo lograban?, ¿había otras alternativas?, ¿quedarse cerca de las minas era la única opción viable?
Decidió actuar, e impulsada por el deseo de ayudar y los recuerdos de su madre llevando libros a casa, reunió a un grupo de jóvenes soñadores para crear un preuniversitario que se dictara cada ocho días en su municipio. Más que un curso para lograr ganar el examen de admisión de una universidad se trataba de una motivación para que otros jóvenes descubrieran que sí era posible tener otro destino más allá de los socavones.
El resultado: que otros jóvenes ingresaran a la universidad como ella. Años más tarde, con un buen empleo, y siempre con su propósito de buscar nuevos horizontes, decidió viajar a otro país para seguir estudiando. En ese momento de su vida se «desacomodó» por voluntad propia, en contra de los consejos de su padre, tal vez para él ya su hija lo había logrado todo. Katherine quería más y sabía que enfrentar la incertidumbre de salir de su país la impulsaría a ser mejor, a aprender, a ser cada vez más valiente.
Hoy, cuando piensa en el pasado aprecia cada decisión y cada riesgo tomado; todos se convirtieron en aprendizajes que ahora comparte con su hijo Leonardo. Katherine sabe que aún falta mucho por hacer, aprender y conocer; es consciente de que no existen fronteras ni obstáculos insuperables para el espíritu de una persona insatisfecha y proactiva.
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En defensa de la insatisfacción proactiva… Como estrategia para cambiar rutas que parecen predeterminadas.
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