Este duelo para Jénifer ha sido sinónimo de orfandad. ¿Cómo vivirlo? ¿Qué decir? ¿Sirven de algo las palabras? Frente al duelo no todo está escrito, no hay fórmula para acompañarlo porque cada historia se vive como un tránsito único.
Por: Jénifer Martínez
A mi jardín de mariposas…
El primer día tuve la sensación de empezar a descender por una montaña rusa sin control eléctrico, un hoyo en el estómago que iría creciendo con los días. Al salir de la Unidad de Cuidados Intensivos, tomé a mi hermanita menor de las manos y le dije: «todas las mamás se mueren». Y es cierto, pero nunca se nos prepara para la pérdida de las personas más amadas.
Ni siquiera pasó una semana para que, con mi familia, dejáramos la casa y nos mudáramos a un corregimiento de Medellín. Quería huir a un lugar donde no sintiera su ausencia, donde el dolor no me alcanzara. Pero la ausencia se hizo en mí cual agujero negro, que sorbe y produce altas cargas de dolor.
Siempre había respondido con rabia ante las adversidades. La rabia me protegía, me permitió plantear límites, alcanzar metas, desarrollar cualidades para mi supervivencia. Pero, la muerte de mi mamá no es una adversidad, es una tragedia en la que la rabia no me sirve para nada, en la que el dolor es más grande. La tristeza me ha provocado bruxismo, insomnio, con sueños repetitivos donde ella está viva o diciéndome que su muerte es mentira.
En la búsqueda por aprender qué se hace con el dolor por la pérdida, leí varios libros: La ridícula idea de no volver a verte; La prueba del cielo; Sobre el duelo, La noche del pensamiento mágico, La muerte: un amanecer; Noches azules y volví a leer Lo que no tiene nombre; pero ninguno hablaba de mi orfandad. Sentía que nadie podía entender ni explicar el desprendimiento de mi madre.
No nos enseñan a vivir un duelo; cada uno recorre su propio camino.
Respondí muchas veces a frases impertinentes de otros: «sé que puedo vivir sin mamá, lo que pasa es que no quiero», les decía. Llegué a imaginar cómo sería la manera menos dolorosa de acabar con mi vida, cómo le evitaría a mi familia un sufrimiento mayor, pero para esto último no hallé una forma.
Tenía que encontrar entonces una estrategia para aferrarme a esta vida, absurda sin mamá, y así llegué al Jardín de Mariposas, el grupo de apoyo de Duelo Contigo, un servicio de acompañamiento psicológico en duelo.
El primer día que estuve en el Jardín dije que estaba ahí porque no quería sentir más dolor. Fue en ese encuentro cuando entendí que mi dolor era proporcional al amor que había sentido por mamá: «duele porque amamos», aprendí. Decidí que iba a soportar todo el dolor solo porque tenía sentido en el amor que le pude dar.
Llevo 16 meses en este proceso. He entendido que el duelo es construir un mundo nuevo en el que esa persona ya no está, y que ese ejercicio no tiene etapas, no tiene una ruta para vivirlo, no tiene una duración estimada. Pero todavía no he podido responderme quién soy sin mi madre. Sigo, como escribí una vez, dando tumbos como polilla buscando luz.
¿Quién soy sin Marleny?
Cuidado continuo
Goza de relaciones afectivas y sociales que te aporten bienestar como la amistad y el contacto social que te impulsa a desarrollarte como persona. Si bien es cierto que la soledad es una gran oportunidad para estar contigo mismo, construir y mantener vínculos afectivos son prácticas que pueden generarte sentimientos de bienestar.
es una experiencia vivida muy deprimente por un determinado tiempo en el que lloramos nos sentimos fuera de base emocionalmente. sentimos la ausencia de la persona a la que hemos perdido, y a partido de este mundo, el cual nos sentimos solos por ese momento.
he acompañado a barios compañeros y compañeras en su duelo por la perdida de un ser querido, dándole muchos ánimos hablando con esa persona, llevándola a otro lugar para que se distraiga y haciéndola recordar momentos bonitos que vivió con ese ser querido y que lo recuerde de la mejor manera.