Su trabajo sobre la resignificación de las masculinidades ha trascendido la creación de políticas públicas alrededor del concepto de familia. Le preguntamos acerca del respeto por la diferencia, la equidad de género y lo que implica ser hombre en esta cultura.
¿Qué es respetar la diferencia?
Va más allá de la tolerancia, de aceptar las diferentes posibilidades de ser hombre, mujer o familia. Yo acepto la diferencia cuando entiendo que aunque el otro no sea como yo quiero, debo respetarlo por el simple hecho de que es un ser humano. Debemos entender que esa diferencia sí nos enriquece y no hace daño, que nos permite formar ciudadanos felices para la vida.
¿De qué trata el concepto de masculinidad?
Siempre han existido diferentes formas de masculinidad, pero hay una concepción hegemónica de la cultura occidental que se sobrepone a todas y es la de los “mandatos”. Y me refiero a lo que eso implica para los hombres en términos de tener que proveer, proteger, tener hijos, familia, ser fuertes, no llorar. Todo ello, además de que nos ha hecho mucho daño, ha dado lugar al machismo arraigado. Por eso yo prefiero hablar de resignificación de las masculinidades. Eso significa que los hombres, sean heterosexuales, negros o blancos, de clase cero o seis, tienen que reflexionarse con la mirada de su responsabilidad en la transformación de este mundo, especialmente de las relaciones de poder entre ellos y las mujeres.
¿Qué hacer para lograr la equidad de género en todas las esferas?
Los feminicidios no son gratuitos. He dicho en muchos espacios que este es el tema del siglo XXI y que masculinidad no es igual a violencia. Eso se aprende, pero también se puede desaprender. En esta cultura el hecho de ser hombre implica que todo el tiempo se tienen que probar cosas y si no, no se pasa la prueba. El debate debe darse desde la reflexión y la responsabilidad de nuestro propio cambio y mirada transformadora de la equidad de género, concebida no solo hacia las mujeres sino abierta a todas las posibilidades que existen.
¿Cómo ve el país en términos de políticas públicas que le apuesten al respeto por la diferencia?
Al Estado se le está haciendo muy tarde. Debe haber un trabajo de género desde la escuela, que incluya varones, mujeres, personas transgeneristas, etcétera. Pero no debe ser una cátedra ni una obligatoriedad. Aquí hay un trabajo de reflexión, de transformación de imaginarios culturales y de retos de metodología. Somos los docentes quienes debemos educar en valores y en principios, desde una diferencia amplia y respetuosa, y es la escuela la que, junto a la familia (una sola, no en plural), tiene la posibilidad de ser agencia democrática.