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¿Mi último día?
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¿Mi último día?

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La muerte clínica sucede cuando se detienen la respiración y los latidos del corazón, sin que se presenten lesiones en las células del cerebro. Esta situación hace posible el proceso de resucitación. Si esas células llegan a morir (muerte biológica) el proceso es irreversible. Luz Ángela Leal sufrió la primera de estas muertes y  regresó a la vida para replantearse sus fundamentales.

Recuerda que era el final de una tarde de diligencias en las concurridas calles de Medellín, estaba con su esposo. Mientras caminaba empezó a bostezar más seguido de lo normal, esa era su señal de alerta: minutos más tarde los latidos de su corazón aumentarían su frecuencia. Era una taquicardia, algo con lo que convivía desde niña.

Llegó a su casa e hizo todo lo que antes le había funcionado en ese tipo de episodios: se acostó, levantó las piernas y se hizo masajes. Pasaron 15 minutos. La sensación fue insoportable. Hora de ir al hospital.

La camilla estaba fría. Masajes en el estómago y un electrocardiograma. La sensación empeoraba. Le aplicaron un medicamento, de repente, todo se detuvo. Fue abrupto, así como ir muy rápido en un auto y chocar contra una pared. Luz no sintió dolor.

Mientras los médicos trataban de reanimar su cuerpo, ella (o su espíritu) bailaba por un camino ancho, lleno de flores. Se sentía extraña, pero la invadían una dicha y una paz incomparables. Al frente suyo, había una luz incandescente que se hacía grande con cada paso. No había tristeza sino algo parecido a eso que llaman felicidad.

En la dimensión de los vivos transcurrió un minuto en el que Luz no tuvo signos vitales. Para ella es imposible calcular cuánto duró su experiencia, solo sabe que cuando estaba, más o menos, a una cuadra de la luz que veía, fue devuelta a donde los vivos.

Tres días después de regresar de la muerte, Luz ya estaba en su casa. Hubo cambios: mediante un procedimiento conocido como ablación cardiaca, le retiraron el tejido que sobraba en su corazón y que hacía que las señales eléctricas provocaran ese ritmo anormal en sus palpitaciones.

Pero en la mente el cambio fue aún más profundo. Y es que la vida se ve diferente cuando se pierde el miedo a la muerte, y se desvanece ese sentimiento de inmortalidad, esa necia costumbre de pensar que solo podemos morir de viejos.

Modificó sus prioridades. Antes lo material era lo fundamental, ahora piensa que, como dice el refrán, “uno se muere y nada se lleva”. Decidió dedicarse a lo que la apasiona: servir. Busca la tranquilidad y afronta la natural posibilidad de morir con optimismo. Piensa poco en lo que vendrá y le pone toda su atención a lo único que todos compartimos: el hoy.

Le cuenta su experiencia a todas las personas que le preguntan, aunque, por ejemplo, sus hijos evaden el tema. Sabe que temerle a la muerte es algo común, por eso de que asusta lo que se desconoce, pero cree firmemente que es saludable prepararse para morir, cerrando ciclos, dejándoles pocos problemas a los vivos y siendo consciente de que la hora de despedirse puede llegar en cualquier momento.

“A vosotros, los que en este

momento estáis agonizando

en todo el mundo; os aviso

que mañana no habrá

desayuno para vosotros;”.

(De Aviso a los moribundos).

Aviso a los moribundos,

Jaime Jaramillo Escobar, X-504

Si tu muerte fuera hoy, ¿te despedirías tranquilo?, ¿esperas una segunda oportunidad de la vida para hacer eso que has soñado?

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