Pescetti ha logrado a través de su humor, y siempre poniéndose del lado de los niños, recrear situaciones cotidianas que los atrapan. Hemos compartido muchos espacios en una larga amistad y colegaje, desarrollando proyectos y una visión común de producir contenidos de calidad para los niños y su mundo único. Esta fue nuestra conversación.
Por: Tita Maya, directora y fundadora del Colegio de música- Cantoalegre.
El mundo de la infancia es tu territorio, ¿cómo ha sido tu mirada para abordarlo?
Los niños son inmigrantes, no en el espacio, pero sí en el tiempo. Llegan como “extranjeros en el tiempo” a un presente del cual los adultos somos ciudadanos. Estábamos antes, lo armamos a nuestra manera y ellos se insertan. Cuando uno está como inmigrante, llega a ese nuevo país con una mezcla de necesidad, pero también de resistencia. Necesita ser eficaz, aprender todas las reglas, pero a la vez siente nostalgia de haber dejado un mundo cálido y acogedor. Si eso no es literalmente así, al menos es una buena metáfora para la comunicación con los niños.
Has hablado de la voz de cada niño como individuo único, ¿cómo desarrollas este tema?
En otras culturas y otros tiempos el valor era colectivo, se pretendía una voz que reflejara la voz del grupo, la de los ancestros, la de los dioses, no un rasgo individual. Hoy, y sobretodo en nuestra cultura, lo verdadero para una persona es encontrarse a sí mismo y desarrollar su propia singularidad. Encontrar un tema, un territorio, una vocación en la que no se sienta fuera de lugar y no se sienta incómodo.
Cada sociedad tiene una imagen del niño, de la infancia, de lo que es ser papás, de lo que es criar, de lo que es educar. Si esa imagen se basa en un ideal, es más difícil y mucho más pesado para los niños. Si esa imagen se basa en algo real, en lo cotidiano, en lo que nos pasa a nosotros, nos vamos a sentir reconocidos y vamos a sentir gratitud y alivio.
¿Cómo nacen tus canciones, cómo las imaginas?
Yo estoy atento a cosas que pasan, sobre todo cuando algo salta. Una vez estaba en un semáforo y vi pasar a una mamá con dos hijos, uno pequeñito en un triciclo de esos sin pedales, difícil de controlar. La mamá se desesperó y le dijo en tono de regaño al pequeño: “Apurate, mira lo que estás haciendo” y entonces vi que el mayor sin voltear mostró una sonrisa de satisfacción enorme.
Lo que hago es hablarle en primera persona al que vive la experiencia, en este caso al niño que le nace un hermanito y lo desplaza:
“Mamá, nuestro mundo era perfecto,
por qué necesitaste buscar más en otro amor”.
Así nacen todas las canciones, de observar pequeñas escenas cotidianas. Cuando yo hago una canción no soy un redentor de la infancia, soy un niño que oye a un par, que reconoce y dice: “Ey, yo sé por la que estás pasando”. Y esas anécdotas las devuelvo exageradas como canción para entregar una imagen de niño y de la convivencia en familia que no responde al ideal. Cuando la gente las oye, se ríe aliviada porque se reconoce en lo que les pasa, por no ser los únicos que se equivocan.
Después de la idea de una canción, ¿cómo continúa el proceso creativo?
La creatividad no nace tanto en lo que somos capaces de imaginar como en lo que fuimos capaces de percibir. Yo propongo un juego donde todos los días se responden dos preguntas: ¿Qué te llamó la atención del día de ayer? y ¿qué deseo mágico te gustaría que se cumpla hoy? Una que va en dirección de lo real, y la otra de lo fantástico.
¿Cómo llega el humor a ser el protagonista de tus canciones?
El humor nace como una respuesta de la vitalidad, un estallido sano, libre. Una broma te rescata lo humano y te conecta.
Hace poco me llegó una carta que guardo con cariño y dice:
Hola Luis, me llamo Agustina y tengo seis años. ¿Sabes cómo te conocí? En febrero me operaron y el anestesista me cantó tu canción del niño caníbal para que me riera un poco y no tenga miedo. Nunca me voy a olvidar de eso y por eso siempre te recuerdo, porque con vos fue más fácil entrar a la sala de cirugía. Te quiero mucho, Agustina.
“Yo soy un niño canibal y nadie me quiere a mí, no tengo padre ni madre porque ya me los comí…”
Este tipo lo que hizo fue generar empatía, la trató como persona, cofió en que entendería los chistes y le dio vitalidad al momento, y al mostrarse como persona se movió del lugar de poder para estar a la altura de la niña. La empatía empieza en nuestra capacidad de representarnos en la situación de otro.
¿Qué mensaje le quieres dejar a los lectores de esta revista?
Que los niños y sus familias se descubran y se inventen a sí mismos de la manera más fiel y amorosa que puedan. Que logren buscar a quienes compartan esa visión o esa búsqueda y un buen lugar donde hacerla posible. Y también que sean compasivos con todo lo que dejan para conseguir esa libertad.