Verónica Botero es estudiante, docente, investigadora, directora de departamento y decana. En la academia y en la vida decidió luchar por la igualdad de género. Una historia de puertas cerradas y de victorias.
Los resultados del examen de admisión de Verónica Botero a la Universidad Nacional de Colombia tenían algo raro. El entonces decano de la Facultad de Ciencias la citó personalmente para entender aquel fenómeno. ¿Cómo era posible que el mejor puntaje entre todos los aspirantes de aquella cohorte, iniciando los años noventa, proviniera de una mujer?
Verónica, que en ese momento era también estudiante de Ingeniería Civil, recuerda que además tuvo que explicarle al directivo por qué se había presentado a Geología, una carrera a la que casi siempre los estudiantes llegaban por segunda opción. Ser mujer y estudiar por amor al conocimiento eran dos particularidades escasas en años trazados por hombres y medidos en términos de producción.
Desde entonces, y sin otra intención distinta a la de seguir la brújula de la sutil pero firme convicción de ser ella misma, Verónica rompe paradigmas y abre puertas para otros y otras. Hace seis años, ante la Corte Constitucional, hizo historia al luchar por la adopción de sus hijos junto a su esposa Ana Elisa. Y hoy, luego de 131 años de liderazgo masculino, está a la cabeza de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional.
Llegar a un cargo directivo en la academia de las ciencias duras, reservada por décadas a los hombres, sus modelos, oficios, roles y fórmulas, fue un camino lleno de variables que solo ahora puede reconocer cuando mira en retrospectiva. Según una investigación de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, el tiempo de las mujeres que realizan estudios superiores es más limitado debido a que son ellas las que suelen encargarse de la mayor parte de las tareas del hogar.
Quizá por eso, y lamentablemente, aunque a la mujer se le avoque socialmente el rol de educadora en los preescolares, las primarias y las casas, con sus hijos, a medida que el nivel académico incrementa, el liderazgo femenino escasea.
Las soluciones a los grandes problemas científicos, antropológicos y tecnológicos han sido históricamente, con extraordinarias excepciones, asuntos masculinos.
En su camino Verónica confiesa que nunca tuvo referentes de otras mujeres ingenieras y que durante su pregrado de Ingeniería solo conoció a una profesora mujer. De hecho hace poco encontró una fotografía del grupo directivo de la decanatura de hace diez años, en ese entonces ella era docente, pero empezaba a involucrarse en gestiones administrativas de la Facultad. “Vi la foto y lo entendí: yo era la única mujer entre 16 directivos. ¿Cómo no va a ser un tema de género?”, expresa.
Ese tipo de episodios mantienen vivo en ella el propósito interior de activar transformaciones que pueden comenzar con preguntas simples, como la que hace siempre que termina involucrada en algún espacio de toma de decisiones donde es la única mujer: “vengan, ¿a ustedes no les parece que aquí en esta reunión hay algo raro?”. Los datos y el lenguaje son sus otras dos herramientas para combatir las brechas de género.
Ya lleva dos años en la decanatura trabajando junto a un comité directivo paritario, segregando las cifras por género en todos los ámbitos para identificar patrones y desarrollar espacios para poner sobre la mesa de la academia temas como el feminismo, las nuevas masculinidades y el acoso universitario. Sobre este último, dice, “no solo hay que nombrarlo e identificarlo, sino también crear los mecanismos de denuncia sin revictimización y garantizar la no impunidad de un problema grave y presente”.
Para ella, la lucha por la igualdad trasciende las aulas de clase y los escritorios. Hace parte de la vida misma. Aún en su hogar diverso, con su esposa vive instantes de confrontación ante prácticas sesgadas por el género, como cuando regalaron la ropa de flores y moños de su hija mayor porque no le iba a servir al bebé en camino, que sería niño.
Verónica advierte que, a pesar de tener la teoría clara, siempre hay que hacerse preguntas y movilizarse por la esperanza “Que mis hijos crezcan con dos mamás ingenieras es prueba de que existen otras maneras posibles. El trabajo está en la casa, en el aula, en la calle, en los días”, concluye.