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La música habla por nosotros
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La música habla por nosotros

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“La música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido”, explicaba el compositor y pianista Leonard Bernstein, refiriéndose a lo que ocurre en el ser humano
cuando hace suyos los sonidos para expresar eso que se sale de nuestras manos.

Gonzalo Ospina, concertino de la Orquesta Filarmónica de Medellín, dice: “La música acompaña el dolor porque invade el silencio, ese silencio de la muerte eterna”. Pero es justo ahí, en el silencio, donde se entrelazan: “La música está llena de silencios, que acompañan el verdadero balance del arte de los sonidos”. La música está en la muerte porque no alcanzan las palabras: “A veces es necesario algo más simbólico. Las palabras siempre son las mismas, en cambio la música nos crea evocaciones distintas; es un gran paliativo, una forma de cerrar los ciclos de vida”.

Ni culturas, ni religiones, ni etnias. Tampoco épocas, estratos sociales o gustos personales. La muerte, esa que arranca de nosotros lo más querido, deja tras de sí un silencio que hiere, que lastima en lo más profundo. Un silencio que interrumpen los sonidos de tambores, trompetas, violines o cantos hasta que, de nuevo, el silencio llegue.

Escenas musicales sobre el final

22 de noviembre de 1991, Auditorio Nacional, Ciudad de México. Un vestido verde, una composición de Juan Gabriel, la voz de Rocío Dúrcal. Una de las interpretaciones más recordadas de Amor Eterno, esa canción de grandes estadios, cantinas y karaokes, pero también de la intimidad, de esa soledad que se siente en el corazón cuando alguien tan amado como la vida misma deja de existir.

Pacífico colombiano. Alabaos, cantos corales de alabanza, interpretados casi siempre sin instrumentos. Gualíes, recitales, cantos y juegos que tienen lugar en el velorio de un niño. Interpretaciones
mortuorias para quienes parten hacia la eternidad. Una despedida con amor. Herencia de África para alivianar el dolor de la partida.

Familiares, vecinos, amigos en regocijo. Un adiós a cada alma, en vida y en muerte. También, una promesa para la eternidad. Estos rituales mortuorios son hoy parte de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.

Viena, 5 de diciembre de 1791, muerte de Wolfgang Amadeus Mozart. Cinco días después, en su propia misa, sonó parte de ese réquiem que no alcanzó a terminar, como una jugarreta de ella, la muerte. La misma pieza musical que despidió a Gabriel García Márquez, más de 200 años después, como legado de esa tradición católica de otorgarle sonido a la vida eterna.

El réquiem

“Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua”.

Originalmente, el réquiem es una composición musical cantada que tiene como texto la misa de difuntos o parte de ella en una ceremonia litúrgica de la Iglesia católica. Ha sido común, asimismo, en las Iglesias anglicana y ortodoxa. Posteriormente, han aparecido variantes que no obedecen a los textos religiosos y que hacen alusión a temas como la guerra. “Fueron una invención musical
para acompañar el rito práctico de la iglesia. A los grandes compositores les exigieron muchos réquiems y uno de los más famosos es el de Mozart. El de Verdi es dedicado a un gran novelista y amigo suyo, Alessandro Manzoni”, explica Gonzalo Ospina.

“Espérame en el cielo y allí entre nubes de algodón haremos nuestro nido”.
Celia Cruz, Espérame en el cielo

¿Qué música quieres que acompañe tu ritual fúnebre?, ¿con qué sonidos quedarás en la memoria de quienes te quisieron? Conoce esta lista de Spotify que hemos preparado para ti. Y comparte tus canciones favoritas con nosotros.

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