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La conversación y los amigos
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La conversación y los amigos

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El poder de la conversación y el del «buen» ejemplo, son claves a la hora de cambiar un hábito nocivo o recuperarse de una adicción.

 

Todos tienen nombre, edad, nacionalidad. Canción favorita y películas que los hicieron llorar en cine. Sin temor a equivocarse, amores no correspondidos, países que quieren visitar y olores que les traen de tajo un recuerdo de la niñez.

La etimología de la palabra «anónimo» proviene de la palabra griega antigua ἀνώνυμος, que significa «sin nombre», y es usada para novelas, obras, refranes y canciones de los que desconocemos el autor. De él y ella, los protagonistas de este relato, tampoco sabremos sus nombres, pero sí que a ella le dolía el pecho de tanto llorar cuando salió del cine luego de ver Precious, y que él se quedó sin aliento cuando se vio en la plaza de La Constitución de Ciudad de México.

También sabremos que la adicción al alcohol les creó un hábito que se les salía de las manos, como la arena que se desliza entre los dedos cuando la inmensidad del mar nos seduce. Que la vida, como a muchos, se les hizo acuosa como el remedio a sus pesares.

Lo prohibido seduce. Si bien sus papás tomaban, siempre habían sido muy claros con ella de los perjuicios del licor. «Cuando seas grande», le decían, pero no quería esperar tanto tiempo: a escondidas tomaba pequeños tragos de vino. No recuerda la edad, pero sabe con cierta pena que fue desde muy pequeña. Un día sus dientes rojos la delataron y fue tan grande el castigo,
que dejó de hacer, sin dudarlo, lo que para ese entonces era una diablura de niña. Fue una relación con el licor a largo plazo, que retomaría ya adulta.

Para él fue un premio. Si se tomaba media botella con su tía recibiría diez mil pesos de recompensa. Tenía trece años y es justamente ese olor el que lo aterriza en la niñez, en las cantinas de la cuadra en las que sonaban rancheras mexicanas. Fue una especie de ritual en el que se le reconocía que ya había dejado de ser un niño. Ese día tuvieron que llevarlo cargado hasta la cama, pero él se sentía feliz, era su primera borrachera, ya era hombre.

Ella no alcanzó a graduarse de la universidad. Un nuevo espacio, nuevos amigos y la libertad que la desbordó. Primero fue solo los viernes: un pequeño trago y ya. Luego todos los días de la semana: vino de caja, ron, aguardiente.

Él, abogado, supo en su momento sortear los estudios en una universidad pública, sin que el gusto por el trago se cruzara por su camino. El estrés de la vida laboral lo desbordó y fue ese hábito familiar el que logró sacarlo, por momentos, de ese limbo… solo para inducirlo en otro.

Un trago por cada amigo que dejó de aparecer. Otro por la esposa que se fue de casa. Uno más por el novio que no soportó más. La botella entera por la carrera truncada, por el futuro incierto. El que prometía ser un compañero fiel no los salvaba del vacío al que caían, sin la tranquilidad de despertar sabiendo que todo era un sueño.

Ella por sus papás, él por su esposa. Entre dudas y recaídas, en diferentes años y ciudades, de diferentes edades y sexos, habían decidido pelear en contra del hábito que se había convertido
en enfermedad: el alcoholismo.

Alcohólicos Anónimos tuvo su comienzo en Akron, Estados Unidos, en 1935. Bill W., un hombre de negocios de Nueva York, había conseguido permanecer sin beber por primera vez tras haberlo intentado en varias ocasiones. Otro alcohólico fue quien escuchó las historias de su esfuerzo por no recaer, ante los problemas propios de un neoyorquino de la década de 1930. En su sobriedad tuvo la lucidez para entender que cuando intentaba ayudar a otras personas como él, podían permanecer sobrios.

La metodología de Alcohólicos Anónimos es simple, como dice en su sitio web:

El ejemplo y la amistad de los alcohólicos en recuperación, ayudan al recién llegado en su esfuerzo por dejar de beber. Comparten sus experiencias y le transmiten cosas tan sencillas como que «si no se toma la primera copa, no se puede uno emborrachar», o a no proponerse metas a largo plazo y sustituirlas por otras de plazos más cortos, como por ejemplo 24 horas.

Bajo ese principio, él y ella se encontraron ante una audiencia para reconocer, pero sobre todo para reconocerse a sí mismos, que eran alcohólicos, que tenían una enfermedad, pero que estaban dispuestos a ser su propia medicina. Así comenzó una amistad que los une sin siquiera conocerse, sin saber de qué país son o quién es mayor que quién.

Conversaciones, compañía, oídos cómplices. Pequeños retos: veinticuatro horas sin tomar, lo que podría llegar a ser una semana. Muchos hombros sobre los cuales apoyarse ante la desazón de
una recaída, y miles de manos en el mundo para aplaudir cada año sin recaer. Aprender a decir «no» al lado de otras personas que ya lo han vivido. Escuchar, abrazar, aconsejar. Reír, saltar, leer en grupo. Salud por esos amigos que, como si fueran una cadeneta que une a todo el mundo, les han dado la fortaleza para volver a empezar.

Ella y su emprendimiento de cocina, él y su trabajo en el sector público. Ella aún soltera, él en otro matrimonio. Ella feliz, él también. Amigos sin saberlo que lo son y una vida que ahora les permite ver los atardeceres con los colores que siempre debieron ver.

Dice la ciencia

Crear un ambiente donde hacer lo correcto sea lo más fácil posible es clave, puesto que los seres humanos tendemos a adoptar hábitos si estos son elogiados en el ambiente en el que vivimos.

Los hábitos se contagian más fácil si los practica nuestra familia o amigos, o personas que admiremos por su estatus o prestigio.
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