“No soy bueno de una manera conocida”
Por: José Andrés Ardila
Hay un verso de El dios que adora, de Raúl Gómez Jattin, que siempre recuerdo mal.
Este es el verso de mi memoria: “Porque amo de una forma poco conocida”.
Y este, el verdadero: “Porque no soy bueno de una manera conocida”.
Esbocé la idea para estas líneas a partir de esa confusión. Intentaré en otro momento explicar los motivos de mi enredo, pero creo que ese verso ficticio –inferior al original, desde luego– recoge la complejidad de lo que siento por Medellín: es un amor extraño, que se solapa con el odio y con el miedo, pero real, profundo y difícil en todas sus aristas. Amo a esta ciudad como quien ama a un monstruo. Y ese monstruo tiene una boca gigantesca y dientes que se iluminan en la noche.
Nací en Chigorodó, un municipio del Urabá antioqueño; vivo en Medellín desde hace más de diez años y la primera sensación que puedo asociar con mis recuerdos de la ciudad es el miedo. Pero es un miedo diferente al que experimenté en el Urabá de los noventa. Es un miedo a lo desconocido, a los entresijos de sus calles, a las particularidades de sus violencias.
Esta ciudad me ha dado todo lo bueno de mi vida adulta: la educación, los amigos, el amor… Y todo lo malo: la angustia, la tristeza, la derrota… Y cuando pensé en escribir un cuento sobre Medellín creí que no había mejor tema que esa aparente contradicción. Fue una sorpresa que bastaran cien palabras.
Amo a Medellín de una forma poco conocida porque, quizás, es un monstruo que ha sido bueno conmigo de maneras que todavía desconozco.
La boca
José Andrés Ardila
Cuando el niño vio por primera vez la ciudad de aquel valle profundo —el bus bordeando las montañas en una madrugada oscura, las luces de las casas como millones de dientes luminosos—, se dijo: «Parece una boca». El día que le mataron a su hermano: «Muerde, como una bestia». Y varios años después, tras el encuentro con el primero de muchos amores verdaderos: «Pero es capaz del beso».