Camilo Correa pasó de dibujar bailarinas a emprender proyectos artísticos que remueven las fibras de la cultura popular, el conflicto armado, las fronteras invisibles y las barreras mentales. Una historia sobre la insatisfacción hecha arte.
La brisa salada del caribe cartagenero fue testigo de la infancia de Camilo Correa, hasta que, a los nueve o diez años, su familia tomó la decisión de mudarse a Medellín. Para Camilo fue una elección natural, pues el desplazamiento entre las dos ciudades había sido hasta entonces una constante entre sus padres, tíos y primos. De niño, pensaba que ellos eran viajeros, «paseadores».
El Camilo de hoy, artista con obras expuestas en el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), recuerda que con el paso de los años encontró información que le hizo entender que su familia no viajaba por placer, sino que más bien desplazarse era la única salida para escapar y refugiarse. Fue entonces cuando su mente comenzó a crear nociones de frontera, violencia y conflicto.
Sin embargo, en sus primeros años como artista nunca quiso preguntarse por su pasado, prefería dibujar bailarinas, así como su gran referente artístico Edgar Degas. Pero un día, una confrontación armada en el barrio Popular 1, donde habita, le permitió dialogar con la insatisfacción que sentía sobre lo que pasaba a su alrededor.
Aquella insatisfacción, acompañada de un sentimiento de duda frente a los delicados trazos de sus obras, lo empujó hacia una decisión: reorientar sus proyectos artísticos y convertirlos en un acto de resistencia. Se preguntó acerca de todo lo que pasaba a su alrededor y si en ese contexto era concebible que él estuviese pintando bailarinas, ¿debía hacer algo distinto?, ¿era hora de pronunciarse?
Camilo decidió transmutar esa insatisfacción en proactividad. Redireccionó su mirada e inició una búsqueda, siempre inacabada, hacia nuevas experiencias estéticas, nuevos detonantes para crear y resistir conectado con su barrio.
En 2021 presentó en el MAMM su nueva obra, que tiene por título «Muro de contención», y que se compone de bloques prefabricados de concreto, pigmentados con óxido de hierro rojo que, compilados en forma de fusiles, crean un muro que divide toda la sala del museo. Esa pieza es el producto de una conversación con un integrante de un grupo armado del Popular 1, que hace unos años le dijo: «Vea, parcero, esa arma no es más que un muro de contención, cuando nosotros la sacamos y la disparamos, el otro combo se detiene, deja de disparar, se azara». Camilo, luego de nutrirse con distintas lecturas filosóficas, concluyó que «la metáfora del muro de contención es que es un muro que contiene la violencia pero que a su vez nos continúa separando».
Como artista practica una modalidad inmersiva, es habitante y caminante de su barrio, así es honesto con la realidad que vive y que luego pone en evidencia a través del dibujo, la escultura, la instalación y la intervención de objetos que le permiten «llevar un pedazo del Popular 1» a un contexto museográfico.
Egresado de la Fundación Universitaria Bellas Artes y ganador de uno de los reconocimientos Nuevos Talentos en el Arte de la Cámara de Comercio de Medellín, Camilo abraza la insatisfacción. «Me declaro una persona insatisfecha porque eso es lo que me da ganas de continuar día tras día en una búsqueda de algo que seguramente no encontraré, pero eso no importa, porque es en el camino en medio de esa búsqueda donde suceden las cosas importantes. En esas me mantengo y es una búsqueda grandísima, ¿no?», dice.
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En defensa de la insatisfacción proactiva… Porque esa sensación de que «no es suficiente» es el combustible para transformar nuestras búsquedas.
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