Por: Javier Rodríguez Jiménez
Comunicador social, director de la emisora Cámara FM
Es claro y contundente que la principal causa de las separaciones es el matrimonio. Cinco años de novio. Trece meses de casado. Alguien me dijo que para terminar con la novia el único requisito que necesitaba era casarme con ella. Pues me casé y poco más de un año después ya no vivía con quien había sido mi novia, y menos con la que fue mi esposa. Además, le estaba dejando las llaves en portería para que sacara del apartamento todo lo que ella creyera le correspondía en una partición que sonaba civilizada.
Una mirada serena al pasado me confirma que Ana era una de novia, y otra bien diferente de esposa. Yo, seguramente, tampoco cumplí ninguna de sus expectativas. Tan perdido estaba en mi nuevo rol de esposo, que en la fiesta de celebración de la boda, les dije a mis amigos que, para seguir la rumba, la llevaba a la casa, y ya volvía. “Si me vas a llevar a la casa, que sea a la de mis padres”, sentenció ella.
Producto de la ficción son esas separaciones de ensueño que te cuentan por ahí, en donde nos tomamos de la mano y nos deseamos lo mejor para el resto de nuestras vidas, y en donde cada uno rehace el camino sin mayores contratiempos ni efectos colaterales. Uno queda aporreado, desengañado, con el ego maltratado. Uno queda adolorido, resentido y emocionalmente desbalanceado. Y estar explicando con detalles a todos los conocidos el proceso de deterioro de la relación y su posterior conclusión, ahonda el dolor, pero también te da perspectivas y puntos de vista nuevos.
No soy de hablar con amigos sobre mis problemas, menos de acudir a un profesional de la salud mental para descargar mis dudas, miedos y frustraciones. Para sanar, para dejar de estar armando historias en las que a veces era el villano y en otras una víctima no tan inocente, decidí tomar un camino inesperado. Durante mucho tiempo contemplé la posibilidad de replicar lo que veía en el Canal Sony: volverme comediante, una especie de Seinfeld del subdesarrollo. Y por esos días, al frente de un periódico desenfadado llamado Elocio, estaba particularmente sensible a convertir en chiste todo lo que veía y me afectaba.
Pues bien, en formato stand up, decidí reunir todos mis recuerdos, sensaciones y opiniones sobre lo que fue mi corto matrimonio. En un bar de la ciudad, repleto de conocidos, familiares y curiosos, y con la presencia de algunas de las mejores amigas de Ana (advertidas sobre el contenido del show), lancé, de forma respetuosa -sin repercusiones, aclaraciones o disculpas-, una serie de apuntes que señalaban mi visión sobre lo que había salido mal, y lo que pudo haber salido peor. Fue un proceso liberador que, en vivo y en directo (no había libreto), me ayudó a dejar ir, a dejarme marchar para siempre, a entender que ya había pasado el tiempo en que funcionábamos juntos.
Imaginen a New York después de que Godzilla se pasea por sus calles. Yo soy New York… Así comenzó una función que me ayudó a sanar y entender para qué me había separado. Ana, por su
parte, mi Godzilla personal, nunca hizo un stand up, y menos entregó una opinión sobre algo que le contaron.
Según la Universidad de Stanford en un estudio citado por el
diario El País de España: “El sentido del humor nos ayuda a tener
más calidad de vida, y por ello, a ser más felices. La capacidad de
reírnos de las circunstancias nos permite tomar distancia. Muchas
situaciones que vivimos son inevitables, pero el sentido del humor
nos aporta una atalaya especial para revisarlas y reinterpretarlas”.
Mi última vez aun la vivo…. mi viudez, son tantas las vainas que pasan y tantas las que se descubren…. que opte mejor por reírme de ellas y curiosamente igual se solucionan o continúan igual …. pero sin estrés ?!
Un abrazo Javier!