La Trucha, así le dicen al nadador Jorge Mario Murillo. La trucha cabeza de acero pasa su vida adulta en el mar y para desovar vuelve al río donde nació. Los robots de Adrián Pérez se mueven como las abejas. Estas viven en sociedad y cada una suma a favor de la unidad para la subsistencia de la colmena.
Adrián Pérez, diseñador industrial
“El Fondo Sapiencia catapultó mi vida”.
“Y por último este proyecto”, dijo sin mucho entusiasmo la profesora que mostraba al jurado los proyectos del concurso, al llegar a Mab, la idea de Adrián. Sin saberlo, ese episodio fue el combustible y la motivación para hacer
realidad su sueño.
Adrián Pérez Zapata nació en Medellín, en una familia con inclinaciones artísticas. De pequeño fabricaba pesebres de plastilina y los vendía en Navidad. Además, como él lo dice, su papá es un artista del calzado. En Itagüí transcurrieron su infancia y su adolescencia. Siempre se caracterizó por pensar diferente.
En un colegio público hizo el bachillerato y una media técnica en ebanistería, y luego en el Sena una tecnología en diseño. Allí descubrió que eso era su pasión. Cuando se graduó, el panorama tenía nubes grises: diseño industrial era una carrera costosa, más para un joven de estrato dos. No se rindió. Una premisa rige su vida: ¡siempre querer más!, y la mantiene aunque existan obstáculos. Cuando estos se presentaron, su dedicación dio frutos, buscó y aprovechó oportunidades: media beca en la Universidad San Buenaventura y el apoyo del Fondo Sapiencia, de la Alcaldía de Medellín, catapultaron su vida, le permitieron ser profesional. Uno de sus propósitos se cumplía. Orgulloso dice que nunca ha pagado un centavo por su educación. En octavo semestre, surgió una oportunidad, y de la mano, una idea: Mab.
Mab son robots que se mueven como un enjambre de abejas y limpian el hogar con una gota de agua. Están pensados para un mundo futuro, de espacios pequeños e inaccesibles, donde el objetivo es tener tiempo para ser feliz. Mab es su creación, su proyecto, el que presentó en un certamen local y no fue tenido en cuenta por el jurado. Al que pocos le tuvieron fe.
Esos obstáculos no bloquearon su camino, le dieron alas. Se inscribió en un concurso de innovación internacional con la misma idea: Mab. Fueron ocho meses de pruebas y otros 1.700 sueños en competencia provenientes de 65 países, entre ellos Corea y Japón, potencias a nivel mundial. Al final, un ganador: Adrián. ¿El premio? Salir de su casa en Medellín, cruzar el Océano Atlántico y vivir y trabajar seis meses en Estocolmo. Miles de experiencias y conocimientos. Aprender otro idioma, conocer otra gente, apenas fueron algunos de los retos; a ellos se sumó diseñar una lavadora y un horno para el mercado ruso. Misión cumplida, una maleta llena de conocimientos. De regreso a casa.
Sus logros están en las páginas de el informador de febrero del 2014. Hoy, Adrián ha evolucionado. No trabaja, se divierte; es diseñador de producto en Haceb. Lleva año y medio. Su esencia se mantiene: ¡quiere más! Ahora su propósito es una maestría, busca una beca. Los destinos ideales: Estados Unidos o Suecia. Tiene apenas 26 años, no tiene dudas. Lo logrará.
Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo
Mahatma Gandhi.
Jorge Mario Murillo, nadador olímpico
“Si no hubiese sido por Comfama, no sabría nadar”.
Para ser el primero, antes hay que llegar de último. Aunque suene raro, esta ha sido una constante en la vida de Jorge Mario ‘La Trucha’ Murillo, el mejor nadador de Colombia. Participó en los 100 metros pecho en los pasados Juegos Olímpicos Río 2016: 59,93 segundos fue su marca, el mejor tiempo jamás logrado por un nadador de Colombia. Su éxito, sin embargo, está precedido de derrotas deportivas. Claro, porque quien cae, se tiene que parar si de verdad quiere llegar a su destino. Así lo ha hecho Jorge. Para él, cada “último lugar” se convierte en la excusa para esforzarse más y llegar en las primeras posiciones. No fue fácil pasar de llegar de primero en las competencias de su categoría en Colombia, a no llegar ni en los primeros diez cuando enfrentaba a los deportistas bolivarianos, centroamericanos y panamericanos. Disciplina, sacrificio y perseverancia, de eso que tanto conocen los deportistas colombianos, son las claves para superarse en cada nuevo encuentro con sus rivales, y ser, por ejemplo, el actual campeón centroamericano de su categoría.
Llegar hasta ahí no es tan fácil como se lee en el papel. Mientras en el colegio la mayoría de las personas sufrían para llegar a clase de siete de la mañana, ‘La Trucha’ ya estaba en una piscina braceando para cumplir sus metas. Cumplir sus sueños era ese empuje mañanero que lo sacaba de su cama para meterse al agua desde las cuatro de la madrugada, cuando el sol aún ni se asomaba. La mayoría de sus compañeros pudieron estudiar y ya son profesionales. Él, a sus 24 años sigue estudiando administración de empresas a su ritmo, el de un deportista profesional que entrena durante ocho horas al día, seis días a la semana, sin que importe el clima o estar lejos de la familia.
Todo podría resumirse en una actitud de vida: adaptación al cambio, evolucionar. Ahora que logró ser protagonista en unas Olimpiadas, pero sin llegar a instancias definitivas como una final, tiene un nuevo reto: ser medallista en Tokio 2020. Para ello se mudará los próximos tres años a Carolina del Norte, en Estados Unidos, para entrenar con y como los grandes de la natación, aunque ello signifique cambiar de vida: alejarse de la familia, los amigos y el terruño. Así, y solo así, con propósitos, lo hará ‘La Trucha’ Murillo, ese muchacho que sin querer queriendo comenzó a chapotear en la piscina de Comfama de La Ceja en la década de 1990, cuando sus papás, Ómar Murillo e Irma Valdés, querían que simplemente aprendiera a nadar.
No es la más fuerte de las especies la que sobrevive y tampoco la más inteligente. Sobrevive aquella que más se adapta al cambio.
Charles Darwin.
el informador en constante educación