Lina tiene como objetivo una crianza de sus hijos en donde haya balance entre tecnología y experiencia humana. Una historia acerca de cómo la atención permite salirse de lo “establecido” y enfocarse en eso que consideramos importante.
Por: Lina Marcela Gallo Benítez – Comunicadora social.
Estoy en un restaurante y siento las miradas a mi alrededor, hay una tensión latente que estalla cuando mi mamá me dice: «Coge a ese niño y ponlo a ver muñequitos». Mi primera reacción a las palabras de mi madre es de obediencia. Siento al niño frente a Youtube. El mundo adulto me celebra y me aprueba: reina el silencio higiénico y los murmullos suaves de las conversaciones familiares. ¿Qué gané con esta decisión?, ¿qué perdí? Mejor aún: ¿de qué me perdí como madre?
Ser mamá es una experiencia milagrosa y sagrada que me permite develar lo mejor que llevo adentro, encontrar mi esencia y dejar atrás lo que estorba. Mis hijos llegaron a mí (no como decisiones planeadas, tal como uno se soñaba ese futuro tan limpio, lineal y hecho a la medida) sino que llegaron a mi vida, a habitarme, a encontrarme.
En ese camino de albergarlos en mi vientre, parirlos y ver cómo conquistan su cuerpo (andar, hablar, sentir, pensar) y su espacio, confieso que la crianza ha sido un reto. Se trata de un reto que valoro porque me enseña cada día a buscar en la academia, a nutrirme de diversas pedagogías, y epistemologías; y, no menos importante, escuchar mi propio instinto y deshacerme de viejos patrones.
La escena del restaurante pudo repetirse e incluso ritualizarse, ahora, los dispositivos están ahí, la presión social también. Yo por lo menos preferí reflexionar al respecto, me pregunté sobre lo limitado que es a veces el contacto profundo con nuestros hijos. Más allá de los cuidados físicos y vitales, me refiero a la atención verdadera y amorosa, a escucharlos, a viajar a través de sus historias, zafarnos de las reglas del mundo adulto y caer rendidos ante su ingenio y dulzura.
El neurocientífico Facundo Manes nos recuerda que « somos seres sociales y tener vínculos humanos protege al cerebro», así que hay que estar conectados.
Simone Weil, filósofa y activista política nos dice que «no hay arma más eficaz que la atención». Reafirmo que mis hijos, Amelia y Benjamín, necesitan más experiencias vivas y menos la experiencia estéril que provee el dispositivo. Merecen estar conectados con otros seres vivos, desarrollar el sentido del tacto desde el afecto y el juego; necesitan movimiento, equilibrio y conciencia del
cuerpo que habitan, también necesitan seguridad y confianza en sí mismos. Lograr ese equilibrio entre las nuevas realidades que vivimos, donde la tecnología es protagonista, pero también se privilegian las experiencias vivas y sensibles, puede ser ese punto medio y sano para
transitar la realidad como padres.
Recuerdo en especial una noche, hace un par de años, cuando Benjamín me pidió el celular, al preguntarle ¿para qué? me contestó: para enviarte un mensaje. Es fácil en estos días caer en la inercia de ese piloto automático que se pierde en el consumo de contenidos que provee el celular y así se nos pasa el tiempo y la vida. Pero los niños viven el aquí y el ahora, y mientras crecen cada instante vale, seremos madres o padres toda la vida, ellos solo tendrán una niñez.
Uno de nuestros rituales diarios, que ellos esperan con emoción, es cuando termino la jornada laboral y decido apagar los datos del celular y
dejarlo fuera de mi alcance. Hacemos juntos modelado con masa casera o plastilina, tejemos o hacemos una manualidad, luego cenamos juntos y dedico un espacio de 15 minutos con cada uno de ellos, para escuchar con atención sus momentos del día mientras les hago un masajito en el pecho con aceite de lavanda o alguna esencia floral. Seguimos con un cuento corto y estamos listos para dormir.
En un espacio que nos nutre y nos permite poner la atención en lo importante: nuestras presencias. Educar es una ciencia, incluso una labor de artesanía, un arte. No se trata de negar la tecnología ni privarlos de ella de modo unilateral. Se trata de equilibrar y de hacernos preguntas, prestarnos atención y tomar otras elecciones.