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El “trabajo” de inventar el futuro
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El “trabajo” de inventar el futuro

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Un sueño llamado Hatsu

A Julián Oquendo le encantan los lunes, tal vez eso lo hace distinto a muchos, o por lo menos a quienes padecen la “agonía” del domingo por la noche cuando recuerdan que la hora de entrar a trabajar se aproxima.

Tiene 34 años y desde hace 7 comanda su empresa, esa de las botellas bonitas, con etiquetas de colores que están llenas de té de sabores. Esa que nació en Medellín, pero que muchos, tal vez por su nombre, Hatsu, piensan que es extranjera.

Hatsu es el experimento exitoso de Julián, ese que se animó a realizar luego de haber vendido naranjas en el colegio, probar suerte jugando fútbol en las divisiones inferiores del Independiente Medellín, y también tras haber creado, con mayor o menor éxito, cerca de nueve ideas de negocio. De esas, fracasó por lo menos en tres. Eso no lo olvida porque aprendió a levantarse y a tolerar el riesgo de perderlo todo.

El año 2009 marcó un antes y un después en su vida, un amigo le habló de una marca de té que se vendía en Estados Unidos. Le dijo: “deberíamos empezar a venderla en Colombia”. A él le sonó la idea y pusieron en marcha el plan. Viajaron, tuvieron reuniones e hicieron cuentas. Era mucho trabajo, tanto que Julián se preguntó si tenía sentido hacerlo para la empresa de otro. Concluyó que no y junto a su socio principal, Alejandro Pardo, creó su propia marca: Hatsu.

Los comienzos siempre son difíciles y está ahí, latente, ese miedo de “tirarse al charco”. Afortunadamente los sueños son más grandes y el optimismo es más potente. Existe una pregunta acerca de que si las oportunidades se crean o simplemente se encuentran en el camino.

No se sabe la respuesta, lo cierto es que hay que aprovecharlas y materializarlas. En el caso de Hatsu, fueron los amigos y familiares los que creyeron, aportaron el 30 por ciento del capital; también hubo mentores, esas personas que aportaron experiencia y sabiduría. Todos tomaron una misma decisión: correr el riesgo de apostarle a lo que en su época simplemente era una buena idea.

La apuesta salió bien, muy bien realmente. Hoy esa idea es una empresa que exporta té a cerca de nueve países, y vende cerca de 1,5 millones de botellas de té al mes. Su crecimiento fue tan acelerado que en el 2015 los gigantes del mercado empezaron a buscarlos para asociarse con ellos. Hatsu quería crecer más y Postobón presentó la mejor oferta para lograrlo. Por eso le vendieron parte de la compañía.

¿Cuál es el secreto de Hatsu? ¿Una etiqueta bonita? ¿La forma de las botellas? ¿Los sabores? ¿El nombre?
Julián inmediatamente responde que no. Más bien cree que la clave es la cultura corporativa de la empresa y la pasión que todos sus empleados le ponen a lo que hacen. Él cree que el universo se alinea cuando hay coherencia y en Hatsu trabaja la gente correcta, que tiene la energía correcta para el producto correcto. Julián y su equipo hacen lo que les gusta.

 

(Lee tambiénEn busca de un tesoro propio: dos generaciones unidas al oro).

 

Adrián Álvarez, sin temor a soñar

“Me gusta inscribirme en todo lo que me ayude a hacerme crecer como persona y como empresario”.

A Catalina le gusta jugar, claro, es todavía una niña. Lo que más le gusta hacer es imaginarse que es una empresaria, una chef reconocida. Además quiere ser bailarina y escultora, pero sobre todo eso, empresaria.

Lo aprendió de su papá Adrián Álvarez, y cómo no, si todos los días lo ve en función de su gran sueño: ser feliz en su
propio empleo. Fue por eso que renunció a su cargo en una empresa de eventos, donde veía cómo sus jefes crecían, pero no él. Un vacío en el estómago fue la señal de arranque, del “sí se puede”.

El principio, muy difícil. Sus negocios de eventos y un café internet en su barrio, Popular #2, no dieron los resultados
esperados. Pero Adrián no es de esos que se dan por vencidos, nunca está quieto y siempre hay ideas rodando en su cabeza.

Si hay personas que no tienen espacio o dinero para tener su propia lavadora, ¿por qué no llevárselas hasta la puerta de su casa en alquiler? Ya había visto la idea en otras ciudades del país, y sabía que era un servicio que sus vecinos de la comuna 1 de Medellín aprovecharían de inmediato. Así fue: lavadoras a domicilio, tres horas por 5 mil pesos, 6 por 10 mil o todo el día a 15 mil.

Con la empresa andando, su esposa y sus hijos comprometidos, y con las ansias de coronar más cimas, el camino a seguir fue estudiar. Juntos, en familia, ven videos en YouTube y leen publicaciones sobre emprendimiento.

Ese camino lo llevó a participar del MBA (Método base de aceleración empresarial) que Comfama, en alianza con Interactuar, ofrece a 25 empresarios de Medellín y el Valle de Aburrá para desarrollar sus habilidades gerenciales.

Lo primero que aprendió, antes titubeando y ahora con toda la seguridad propia de su personalidad, es que no es un microempresario, sino un empresario, de los grandes, de esos que enfrentan retos diarios y tienen que hallar las mejores soluciones, las más innovadoras.

Lo que viene es gigante: crecer con su empresa Label, alquiler de lavadoras, y montar una marca de ropa. Pero más allá de eso, uno de sus nuevos propósitos de vida es inspirar, en principio a sus vecinos, a quienes quiere demostrarles que cada quien construye su felicidad sin tener que esperar que alguien los cargue en hombros. Sí, ser feliz con su propio empleo es posible.

(Lee tambiénMujeres: el empleo no sabe de géneros).

 

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One thought on “0

  1. Buenos dias me gustaria poner mi propio negocio ya sea de amburguesas,salchipapas y ensaladas de frutas,pasteles y empanadas,jugos naturales por la avenida oriental pero no tengo la forma suficiente para lo dicho ? ya que por la falta de empleo no e podido hacer nada para alcasar el suño de lograrlo.

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