José Félix Londoño buscó durante cinco años a su hermano Héctor Rolando. Pili, como le decían en su casa, desapareció en un viaje de Medellín a Cali el 22 de enero de 1992. Félix tenía 20 años, Pili, 22; eran grandes amigos. “Yo lo buscaba en los anfiteatros sin saber qué era peor: si que apareciera o que no apareciera”. Desistió de la búsqueda cuando en una morgue del Eje Cafetero le dijeron que si podía reconocerlo en un trozo de cuerpo. No pudo con esa frialdad y tampoco con la idea de mentirles a sus padres con un cuerpo que no fuera el de su hermano.
Félix empezó a estudiar teatro y a trabajar el tema de la muerte desde sus propuestas artísticas. Conoció la historia de Antígona, una tragedia griega donde se narra cómo ella, desobedeciendo el mandato de Creonte, rey de Tebas, entierra a su hermano Polinices, muerto tras un enfrentamiento con Eteocles, su otro hermano. El rito fúnebre de esta mujer lo inspiró a hacer el suyo: iba a enterrar a Pili en una obra de teatro.
En 2013 se estrenó El insepulto o yo veré qué hago con mis muertos. Pili está representado por un espectro encadenado y herido que vaga por el escenario cargando una maleta. El montaje, sobrecogedor, les habla a los colombianos que aún buscan a sus parientes. “Esa era la forma de decirle a mi familia que mi hermano estaba muerto, que lo enterráramos”, explica Félix.
Cuando en la obra, Antígona encuentra el cuerpo, ondea una pañoleta blanca que perteneció a Pili. El arte propone actos de reflexión y de memoria, por eso Félix insiste en regresar a las tablas a su hermano. “La muerte mueve, no paraliza, con ella no termina todo”, dice. Lo suyo fue un movimiento hacia la creación y la conmemoración, “el teatro es mi misa”, dice.