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El derecho a disentir
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El derecho a disentir

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Por: Ana Cristina Abad R.
Gerente de la Filarmónica de Medellín

Por esta época, en donde pasan los años y se mueren algunos de los referentes intelectuales que han marcado mi vida laboral, aún tengo el placer de tener a Juan Felipe Gaviria Gutiérrez cerca. Con la misma vehemencia con la que lo conocí, con el humor fino que lo ha caracterizado siempre, con un interés genuino por las humanidades y la cultura, aún hoy Juan Felipe sigue dándome lecciones de vida.

Si hay alguien que representa un modo de razonar que logra construirse a partir de la argumentación y la posibilidad de la duda y la crítica es, a mi juicio, él. Y es que en su vida como estudiante universitario, en su experiencia empresarial, en sus roles como empleado público, incluso en su familia, sus decisiones han estado marcadas con el sello explícito de un pensamiento liberal.

Tuve el privilegio de trabajar con él durante su rectoría de la Universidad EAFIT entre 1996 y 2003. Fue mi primer jefe, o mejor, mi profesor en el mundo laboral. Se me vienen a la mente muchos recuerdos que marcaron esa época efervescente y de ebullición intelectual en esta universidad de Medellín. Con Juan Felipe se creó la Escuela de Ciencias y Humanidades; la Biblioteca Luis Echavarría Villegas se convirtió en el epicentro del pensamiento del campus; se dio vida al Fondo Editorial, al pregrado de Música y de Derecho, en fin, fue el momento en el cual una institución de educación superior que había estado enfocada a la administración, la ingeniería y las finanzas, se abrió a otros horizontes académicos.

En sus comités académicos él y los profesores entraban en discusiones en las que, más allá de las lógicas establecidas de poder y autoridad, había posibilidad de pensar contrario, de dialogar con argumentos, de hacer preguntas incómodas. Para Juan Felipe, al igual que para Estanislao Zuleta, cualquier mecanismo que busque respetar la capacidad de diálogo, que trate de encontrar acercamiento mediante el debate razonado, era no solo bienvenido, sino solicitado.

Recuerdo con placer las oportunidades de estar en una reunión con él como rector. No tenía necesidad de imponerse; sus gestos y su postura corporal hacían sentir la presencia de alguien que lleva la batuta en la conversación. Juan Felipe tenía la habilidad de dejar que todos expusieran sus razonamientos, no entraba a contradecir de inmediato, aun cuando estuviese en desacuerdo con una postura. Tenía el tacto y la táctica de esperar, de escuchar a todos los implicados en la conversación, los dejaba desarrollar sus análisis. Uno sabía cuándo sentía algo de disconformidad, porque empezaba a quitarle estoperoles a la silla donde siempre se sentaba. Daba entrada a las preguntas incómodas, animaba la controversia, la deseaba. Era como si ese lugar fuera el terreno abonado para lograr, tras un tiempo de diálogo, posibles acuerdos, mas no uniformidades.

Él decidía cuándo era el momento de dar su reflexión y decisión final. Y ¡claro!, lograba recoger de cada uno de los asistentes los puntos que más interesaban para dar su argumento. A mi juicio, Juan Felipe intuitivamente ha usado como herramienta esencial la libertad de expresión, el derecho a disentir. Él encarna un espíritu liberal porque permite y alimenta la crítica; permite la protesta, siempre y cuando desencadene acciones que sirvan al bienestar común. Como dijo alguna vez en uno de sus discursos universitarios: “La controversia es un terreno abonado para lograr un acuerdo modificable, más que una uniformidad en un manso rebaño”.

Es un humanista que mientras tuve la oportunidad de trabajar con él, no vetó al que pensaba distinto, sin antes propiciar conversaciones con la convicción de que de allí pueden salir los mejores resultados. Martha Nussbaum afirma que la falta de pensamiento crítico produce una democracia en la que la gente habla entre sí, pero nunca mantiene un diálogo genuino y que para desenmascarar el prejuicio y asegurar la justicia, necesitamos la argumentación, una herramienta esencial de la libertad. Precisamente Juan Felipe encarna esta idea.

En tiempos en los que hay una tendencia a creer de manera fanática en la palabra de alguien sin permitirse el análisis o la duda y escudándose en un bando al que se pertenece –por extracción o afinidad–, resulta excepcional encontrar seres humanos que le dan al otro la oportunidad de argumentar, de contar su versión de los hechos sin prejuicios. Personas como Juan Felipe que permiten el debate, la contradicción y la contrargumentación, y que además tienen la capacidad de escuchar y de hacer silencio, resultan hoy además de excepcionales, necesarios. Él ha sido para mí un regalo de la vida y considero que para nuestra sociedad es un referente profesional y ético.

¿Para qué discutimos?

  • Para darnos cuenta de que estamos equivocados.
  • Para tomar mejores decisiones individuales y colectivas.
  • Para llegar a un mejor error: más justificado, más racional, más comprensible.
  • Para escuchar y aprender de los que piensan de una manera diferente.
  • Para que los más pequeños tengan un modelo a imitar y sepan cómo hacerlo.

Qué poco sirve derrotar a nuestro
contendor, cuando esa victoria nos ha
valido irrespetar e irrespetarnos”.
Juan Felipe Gaviria
Exrector de la Universidad EAFIT, exgerente de EPM

¿Estás dispuesto a que te contradigan, a que te lleven la contraria, a que te hagan críticas?, ¿tus discusiones están basadas en el respeto?

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