Por sus ojos y su lente pasaron familias enteras de antioqueños que quisieron perpetuar en el tiempo un instante de ellos mismos. Y es que mediante ese papel laminado color mate podrían acudir, una y otra vez, a esa imagen plasmada en el ayer para recordar quiénes fueron alguna vez.
Corría el año 1954 y en un costado sur de la calle San Juan, Darío Molina abría Foto Lía, uno de los primeros estudios fotográficos de la ciudad. Sus vecinos y sus clientes principales: los habitantes del barrio La América.
Darío siguió los pasos de su papá Emilio y de él aprendió las técnicas de la fotografía, el arte de pintar con luz y el proceso de retoque, que lo distinguiría, además, como uno de los mejores de la época.
Este proyecto de vida comenzó para él, incluso antes de casarse y conformar una familia. Luego, sus cuatro hijos Ángela, Javier, Mauricio y Claudia– se convertirían en sus aprendices durante las vacaciones escolares.
“Mi papá era muy disciplinado, perfeccionista y comprometido. Abría el negocio a las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, pero siempre llegaba mucho antes para preparar el material”, cuenta Mauricio, el único de los hijos de Darío que siguió sus pasos.
Por su parte, Ángela, su hija mayor, recuerda con cariño el esmero con el que trabajaba, especialmente el cuidado que aplicaba a la hora de hacer los retoques: “Él siempre quería entregarles a las personas esa fotografía que esperaban y, si era necesario, repetía las fotografías para lograr ese propósito”.
Fue así como durante años, Darío construyó un nombre con sinónimo de calidad, siendo reconocido en el gremio y convirtiéndose en un referente para otros. A mediados de los años 1960 fundó, con sus compañeros de oficio, la primera Asociación de Fotógrafos en Colombia y por más de cincuenta años trabajó esa técnica tradicional hasta la llegada de la fotografía digital.
El filósofo Gilles Lipovetski dice que cuanto menos previsible es el futuro, más necesidad tenemos de ser propensos al cambio. Es por eso que en medio de esa transformación, las fotografías de Darío siguen ahí para ayudar a recordar esos instantes de vida, esos que conmemoran momentos, esos que reafirman amores, en los que hay siempre un motivo y una historia.
Por eso, quienes conservan un retrato tomado por él –de su primera comunión, de su grupo familiar o la foto para la hoja de vida– lo guardan como un tesoro por su belleza singular y su nostalgia.
Ilustración principal: Carlos Esteban Giraldo.