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Cultivar en lugar de comprar
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Cultivar en lugar de comprar

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Yuri y su esposo tuvieron que tomar una decisión ante la incapacidad de comprar alimentos suficientes para toda la familia. Esta es una historia de cómo el autocultivo trasformó sus prácticas alimenticias y su economía.

«Yo me paraba frente a las estanterías del mercado y tenía que decidir qué comprar para alimentar a mi familia porque no alcanzaba para todo», recuerda Yuri Tabares Pulgarín, una mujer campesina del municipio de Betulia. En esa época, había meses en que solo alcanzaba para la sal, el aceite, los fríjoles y la panela, entonces lo único que quedaba para sus hijas, su esposo y ella era sopa.

Yuri y Didier, su esposo, pudieron conseguir una finca propia en el 2010, un sueño que habían tenido siete años antes cuando se casaron. Como muchas familias campesinas del suroeste antioqueño, empezaron a trabajar con el monocultivo del café y le relegaron a este producto el sustento del hogar por completo.

Sin embargo, dos años después, y ya con Xiomara y Leidy en su familia, el dinero del café empezó a ser insuficiente. En esa época, una carga se vendía por $400 000 y ese ingreso debía alcanzar para los cuatro, todo el mes.

Después de pagar la factura de la luz, el gas, los artículos de aseo personal y dejar un pequeño colchón por si alguna emergencia o necesidad puntual, quedaban unos $200 000 para mercar, es decir, $50 000 por persona. «¿Yo cómo les explicaba a mis niñas que no teníamos con qué comprarles un helado o un juguetico cuando salíamos al pueblo?».

Ante esta situación se preguntaban entonces por qué tenían que salir a comprar maíz o fríjol si ellos mismos podrían cultivarlo.

En 2013, Yuri y Didier tomaron una decisión. Solicitaron un préstamo y, con ese dinero, compraron semillas, prepararon los insumos necesarios y la tierra para variar la producción de su terreno. Comenzaron por una huerta con cilantro, zanahoria, tomate y cebolla. El suelo fue amable y los cultivos generosos, así que siguieron adelante con maíz y fríjol, e incluso se aventuraron a criar unos cuantos pollos y gallinas para tener la proteína. 

Paulatinamente, la lista de mercado se hacía más corta y los alimentos salían de la huerta para la mesa.  Pasaron de comprar el 100 % de sus alimentos a que el 70 % de la alimentación familiar se produjera en la finca. Además, estaban logrando variar su dieta gracias a la abundancia de alimentos diversos. Cuando Yuri se acercaba al supermercado, solo compraba azúcar, aceite, sal y, a veces arroz o lentejas.

En el 2020 supieron que habían tomado el camino correcto cuando veían en plena pandemia a todo el mundo, incluso otros campesinos, preocupados por conseguir la comida. «En cambio, mi esposo y yo podíamos tomarnos tranquilos nuestro cafecito sabiendo que en nuestra casa no iba a faltar la comida. Valió la pena porque ahora vivimos como unos príncipes».

La decisión de cultivar parte de su comida, le permitió a esta familia pagar sus deudas y tener una mejor solvencia económica; además, ser conscientes de dónde viene su comida y poder pertenecer a la Asociación Campesina de Antioquia, una organización con presencia en las subregiones Oriente y Suroeste.  

Yuri habla del autocultivo como una alternativa que puede funcionar también en casas o apartamentos. Los cultivos hidropónicos, que aprovechan el agua en lugar de la tierra, son una posibilidad para cultivar alimentos como la lechuga, por ejemplo. Hay otros que pueden prosperar en materas como los tomates, el cilantro o la cebolla de rama, aprovechando cáscaras y residuos orgánicos de la cocina para su abono. 

Para Yuri, todos podemos cultivar en lugar de comprar.

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