Resiliencia es la palabra adecuada al definir la capacidad de una persona para enfrentar y superar situaciones que fueron traumáticas. Tal vez esa expresión sirve para describir los momentos que vivió Oliva Londoño: hubo miedo y tristeza, pero siempre la certeza de que todo pasa.
En diciembre es fácil reconocer su casa, es la de la novena con los vecinos, la de la unión familiar. Igual de sencillo es identificarla a ella, la que seguramente está bailando y que es, como ella misma describe, «la alborotada».
Oliva tiene 74 años y después de trabajar más de 20, la mayoría de ellos en confección, hoy sabe que es plenaria y que la vida inicia después de los 60. Está segura de que a pesar de las dificultades que hoy plantea una pandemia, se puede y se podrá seguir viviendo con plenitud. Su seguridad parece residir en la experiencia.
No siempre fue la mujer feliz y realizada de ahora. Dos episodios en su vida la marcaron para siempre: la violencia de los 90 en Medellín, época en la que vio morir amigos y conocidos del barrio. La otra fue la violencia doméstica: se convirtió en una víctima dentro de su propio hogar. Ambos momentos, cuando se presentaron, parecieron eternos e insuperables.
Alguna vez estuvo sola, vulnerable, con tres hijos, sin casa ni empleo. Un panorama sombrío después de su separación: fueron más de 8 meses sin oportunidades, un instante de la vida de esos que a veces parecen sin solución. Oliva siempre trató de mantenerse optimista, hubo duda, sí, pero tener a sus hijos cerca fue su mayor motivación; también, en su interior habitaba una vocecita propia que le repetía: «Oliva, la vida es un baile en el que no nos podemos cansar».
A pesar de las circunstancias, nunca perdió la confianza. Tener a sus hijos y el apoyo familiar la llenaron de esperanza y del saber confiar, un hábito que practica todos los días. En su momento, su madre y sus hermanas fueron su apoyo incondicional, en cuestiones económicas, en el cuidado de los niños mientras ella trabajaba… como familia salieron adelante. «Pertenecer a una familia tan unida y colaboradora ha sido el acto de confianza que la vida me ha regalado».
Cuando se revisan las redes sociales y se conversa con algunos jóvenes, entre risas y nervios es posible detectar que creen vivir el final de los tiempos a causa del COVID-19. Entretanto, Oliva prefiere ser prudente. Siente miedo como los demás, pero confía en que esta situación de crisis, igual que como las que tuvo que vivir, tambien pasará. Dice que la vida le enseñó que: «hasta en medio de la desesperanza el sol vuelve a brillar y la vida sonríe nuevamente».
Cuando la duda llegue a nuestras mentes, para apaciguarla y recobrar la confianza en el futuro, tal vez baste con hablar con un plenario y preguntarle a lo largo de su vida cuántas veces creyó que todo se terminaba. Con su respuesta comprobaremos que, en la misma cantidad de ocasiones, pudo gozar de la increíble capacidad de adaptación que nos distingue como humanos.
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Podemos confiar… En que todo, por malo que parezca, pasa.
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