Germán y María Helena están sentados en la sala de su casa. Entrecruzan miradas y descubren sus rostros cómplices, sonrientes, curiosos. En la mesa de centro hay dos tazas de café y varios libros y, en la pared, algunas fotos de Marcela, Santiago y Raquel, sus hijos. Comparten sus vidas desde hace 40 años y nunca se han sentido más completos como pareja, más activos y llenos de energía que ahora: hacen deporte todos los días, leen, van a cine y viajan.
El sueño se gestó en 1979. Ellos empezaban su historia. Eran dos jóvenes de 24 y 25 años, respectivamente, y querían comerse el mundo: formar una familia, trabajar, conocer nuevos lugares y vivir en el campo; anhelaban levantarse en la madrugada a tomar tinto y a contemplar la naturaleza desde la puerta de esa casa que estaba en sus mentes. Sabían que para eso necesitaba dedicación, constancia y planeación. Y lo hicieron.
Vieron crecer a sus hijos; celebraron con ellos cada grado de la universidad: una médica, una contadora y un ingeniero de producción; se consolidaron como familia, trabajaron incansablemente, invirtieron tiempo en formarse, ahorraron y, hoy, cada fin de semana, tienen un espacio que los recibe en San Rafael, Antioquia: “Ya nuestros hijos eran profesionales, así que pensamos más en nosotros. Queríamos una finca que tuviera la oportunidad de integrarse con el medio ambiente y lo logramos como parte de ese proyecto que construimos y que empezamos a vislumbrar antes de jubilarnos”,
cuenta Germán Castaño. En ese espacio son felices.
Trotan todos los días. Van al gimnasio juntos y allí se encuentran con los amigos: se cuentan historias y se ríen. También leen: él, política y actualidad; ella, historia y literatura. Aprovechar cada momento es una necesidad para Germán, por eso aprendió fotografía y está en un club de aficionados con los que comparte este gusto. No es suficiente: él quiere estudiar inglés y lo hará. María Helena estará ahí, acompañándolo. Ella es licenciada en idiomas.
Hay entre ambos un vínculo fuerte, cohesionador. Son mejores cuando están juntos porque la vida adquiere sentido. Se evidencia cuando conversan
de sus viajes, de las experiencias de Germán, un economista consagrado que por muchos años trabajó con el magisterio; de las anécdotas de los hijos, de las salidas a cine en semana, de la caminada a tomar aire y a disfrutar el barrio los viernes en la noche, y de lo que implica tenerse el uno al otro.
El café se termina y ella sirve otras dos tazas. Van a salir esa tarde a hacer algunas diligencias, pero no hay afanes. Recibirán a Raquel por la noche y con amor le tendrán la comida caliente y conversarán acerca de su jornada en la clínica y de los planes de Germán de estudiar inglés. Todos disfrutarán las historias. Ese día será otro de tantos buenos días.