El paseador de ánimas
Durante 54 años Jesús Torres, conocido como Chuchohuevo, tuvo una profesión de esas que no se pagan pero que se hacen con convicción: pasear a las ánimas del purgatorio por las calles del municipio de Copacabana.
El ritual, heredado de las costumbres españolas, iniciaba antes de la media noche, el primer día de noviembre. Jesús se vestía con una capa y un sombrero negro que le impedía mirar hacia atrás, pues según la tradición, el susto de girar la cabeza y ver a las ánimas lo atormentaría durante toda la vida. En una mano Chuchohuevo cargaba la linterna para trazar el camino y, en la otra, la campana que anunciaba su llegada y la de su procesión.
Primero recorría el cementerio rezándole a las ánimas, luego caminaba por las calles del pueblo con ellas detrás. Algunos devotos, curiosos o borrachos, se unían a su marcha con la única
condición de que él andara siempre de primero, con la mirada fija hacia adelante.
Por cada esquina que cruzaba se escuchaban tres campanadas, luego su voz que suplicaba: “Un padre nuestro por las ánimas del purgatorio por el amor a Dios”. La costumbre asegura que una de esas oraciones podría ayudar a miles de almas perdidas a encontrar el descanso eterno.
El recorrido terminaba luego de dos horas, con las ánimas de vuelta en su morada.
La tradición de la procesión de los difuntos se remonta a la época de la Colonia. El animero en las regiones de Antioquia simboliza la conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos, quien tiene la misión de, una vez al año, traerlos de vuelta para homenajearlos, agradecerles, pedirles, y colaborarles con su tránsito hacia el cielo.
Chuchohuevo se despidió de las ánimas en una misa. Aunque sabe que su oficio no cuenta con muchos entusiastas, guarda la esperanza que este noviembre vuelva a sonar la campanadas de algún nuevo amigo de las almas del purgatorio
Copacabana, Marinilla, Puerto Berrío, Concepción y Vecachí son algunos de los municipios de Antioquia donde todavía se conserva la tradición del animero.
El día de volver a verlos
Mario Benedetti decía que la muerte es solo un síntoma de que hubo vida. Para la cultura mexicana, la muerte es parte natural de la experiencia humana. El Día de los Muertos, contrario a las creencias de tristeza, es una celebración a la vida y un homenaje a los espíritus de los familiares fallecidos.
Lina Balbin, diseñadora gráfica, recuerda cuando llegó a México con su novio. Declarada una enamorada de la cultura de este país, en especial de la comida, los colores y el sentimiento de amor de su gente hacia sus raíces, Lina planeó el viaje en una fecha particular: noviembre, un mes de fiesta para los “manitos”.
La tradición que mezcla raíces aztecas con creencias cristianas cuenta que las personas que mueren no se pierden para siempre y mucho menos se olvidan, siguen existiendo como lo hicieron en vida y vuelven cada año a visitar a los vivos el 1 y 2 de noviembre, sin duda, un motivo de celebración.
Magia es el sentimiento que describe al Día de los Muertos, tal vez por la hermosa coincidencia de que solo en esta fecha florece el cempasúchil, la flor de los muertos, que pinta de naranja las calles del país; quizás por el contraste del papel picado de colores que cuelga en todas partes; o tal vez por el olor al pan de muerto que solo se hornea para esta ocasión.
Los altares en memoria de un familiar que ya no está adornan las esquinas, casas y restaurantes. Según la leyenda, esta es la manera en que los espíritus encuentran el camino de vuelta y se sienten bien recibidos. En el altar se pone la comida y bebida favorita del difunto, velas para iluminar el camino, pan de muerto, dulces en forma de huesitos, flores de cempasúchil y calaveras que representan la alegría.
Desde su viaje, Lina dejó de temerle a los muertos, trata y sabe que no debe aferrarse a ellos con dolor. Sueña con volver a esta fiesta. El recuerdo que más atesora es el de ver a las personas de San Miguel Allende, una ciudad ubicada en el centro de México, celebrar en el cementerio con luces, flores, papel picado y disfraces de catrinas, calaveras que representan la muerte, de una manera amigable.
Los mexicanos no creen en las partidas dolorosas, celebran la muerte para recordar por siempre a la persona que ya no está y lo hacen con la alegría que significa volver a sentir cerca y en casa a sus seres queridos.
Otras fiestas en el mundo
Itutu, celebrar volver al cielo
Itutu significa para los yorubas, uno de los mayores grupos tribales de África, desprendimiento, evolución y elevación; también es el nombre que recibe el ritual que realizan a los difuntos. Los yorubas creen que el color negro significa vida porque representa la tierra, un lugar al que venimos por un rato para mejorar nuestro espíritu y luego volver al sitio donde pertenecemos: el cielo. Por esta razón, la muerte para ellos no representa tristeza, más bien es un momento de transición donde el difunto se ha marchado para unirse con los espíritus ancestrales.
China, conmemorar a los ancestros
En el primer día del quinto período solar de China se celebra el festival Qingming, más conocido como el Día de los Difuntos. Tiempo en el que los habitantes adoran, recuerdan y conmemoran a los ancestros muertos. La tradición asegura que durante este día los familiares deben limpiar las tumbas, siendo el barrido el momento más importante de la celebración. Los chinos también le ofrecen a los muertos comida, té y vino, y queman papel, símbolo del dinero. Durante la noche, el cielo se ilumina con cometas que parpadean simulando las estrellas.