Seis décadas y tres generaciones separan a Isaac Fankugenm de Teresa Salas. Isaac es el sobrino nieto de Teresa, y tiene 18 años. Es ateo en una familia antioqueña que lo educó para creer en la religión.
Nueve personas viven en la casa de los Fankugenm, un apellido descendiente del bisabuelo George Friedrich, un alemán que emigró y se estableció en Colombia. Tíos, abuelos, hijos y primos, además de compartir dos casas que se conectan en el barrio Belén, practican las
mismas creencias, profesan una sola religión.
Teresa recuerda que, durante la niñez de quienes considera sus propios nietos, les inculcaron las prácticas y ritos propios de su religión; además, Isaac y su hermano mayor Andrés estudiaron en colegios de educación religiosa.
Isaac, en su propia búsqueda durante la adolescencia, no se identificó con los preceptos religiosos que, desde su punto de vista, excluían y juzgaban. Fue así como eligió lo que para su tía abuela es el camino equivocado: no creer, lo que significó una crisis familiar y largas conversaciones con muchos cuestionamientos.
¿Cómo se convive con aquel que cree diferente? Hoy, Teresa, quien nació en Norte de Santander, en la época en la que lo peor que le podía pasar a una persona era no ser religiosa, está convencida de que, mientras exista el respeto, cada persona es libre de tener sus propias creencias.
Para Teresa, la decisión de Isaac no define su relación, mucho menos nubla los recuerdos y el amor que siente por él, el niño de la casa, “lo realmente malo sería no entender que existen otras realidades” — dice ella. Por su parte, Isaac encontró en otras prácticas su propia espiritualidad. Para conectarse, dibuja, por lo general, personajes fantásticos que solo habitan en su cabeza, medita como ejercicio para encontrar la tranquilidad, practica senderismo en Santa Elena para reconciliarse con la naturaleza.
Isaac y Teresa son de dos generaciones distintas, dos creencias diferentes, pero comparten un sentimiento indestructible: el amor familiar.