Contemplar, respirar, ir más despacio. Esto y más le agradece Marcela Upegui a Sherezada y Antígona, sus gatas desde hace ocho años. Una historia de cómo las mascotas enriquecen los días y nos dan motivos de gratitud.
Sherezada llegó a la vida de Marcela por una especie de antojo: una amiga había adoptado una gata y le pareció una relación tan hermosa que quiso tener una igual. No tardó mucho su visita al centro de adopción. Marcela dice que le bastó verla, pequeña y con pelo negro. Fue amor a primera vista.
Un año después llegó Antígona, el objetivo era que le hiciera compañía a Sherezada. Esta vez todo ocurrió al revés: Antígona eligió a su dueña: cuando la vio entrar, se acercó a desamarrarle el cordón de un zapato. Las personas que viven con animales aprenden a interpretar su idioma y entienden estos gestos como señales, en vez de casualidades.
«Trabajaba y estudiaba cuando llegaron», cuenta. «Aunque mi trabajo y mi estudio me hacían muy feliz, también me sentía embotellada en ellos. No pasaba tiempo con otros amigos diferentes a los de esos entornos, tampoco con familiares. Me acostaba muy tarde terminando proyectos y trabajos y sentía que, aunque estaba contenta, ese ritmo de vida me estaba tragando».
Otro de los sentimientos de Marcela por esos días era el de llegar a la casa y sentir que estaba muy sola, en completo silencio. Eso la hizo desconectarse con su hogar, por lo que no sentía ganas ni ánimo de llegar a él después de sus jornadas.
Sherezada y Antígona le enseñaron otro ritmo. En sus palabras, fue como si le dieran un mensaje: para, contempla, lee otras cosas, comparte con otras personas. Además, le dieron vida a la casa, por lo que volver a ella en las tardes se volvió un momento emocionante.
Sus formas de acompañar son distintas: Sherezada sigue a Marcela a todas partes, también juegan a las escondidas y duermen juntas. Antígona, por el contrario, es más alejada y callada. Su forma de dar amor no implica tanta cercanía, puede, por ejemplo, perderse por ocho horas en su gimnasio.
Hay muchas cosas que Marcela les agradece a sus gatas, varias se reflejan a lo largo de este texto, pero si tuviera que enumerarlas, la primera es que le regalaron la consciencia del otro, del ecosistema, de lo que la rodea. «Cuando uno vive con una mascota entiende y recuerda que no solo los humanos habitamos el planeta», explica. «Con ellas, recordamos que podemos compartir el mundo con otros seres y eso me parece un privilegio».
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Agradecer… Porque hay seres que siempre querrán acompañarnos y convertirse en nuestra familia
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