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A vuelta de correo
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A vuelta de correo

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Guardo en un sitio especial de mi casa una caja roja que conservo con un cuidado casi místico y que contiene mis cartas de amor. Los remitentes son muchos (y no es que yo practique el poliamor). Tengo cartas de mi papá, de mi mamá, de mis hermanas, de algunos amigos. Tengo las cartas con las que me enamoré del hoy mi amor y tengo cartas de mis hijas. Todas, cartas de amor.

Desde que tengo memoria, las letras fueron importantes para mí. Nací zurda en una época en la que no era muy bien visto. Aprendiendo a escribir me fracturé la mano izquierda y aprovecharon mi inmovilidad para “enderezarme”. Ahí supe que había que escribir muy a menudo para soltar la mano y muy rápido empecé a dejar constancia de cada uno de mis estados de ánimo en un papel. Si la embarraba con mi mamá le escribía una carta pidiéndole perdón. Si una amiga cumplía años aprovechaba para recordarle lo importante que era para mí. Si estaba aburrida, contenta, enamorada, despechada, siempre escribía.

Regalar una carta simboliza que tus sentimientos por alguien son profundos.

Crecí y dejé la disciplinada costumbre de sentarme cada noche a dejar en un cuaderno el paso de los días, las tardes y las noches. Eran épocas de cartas al viento. Pero llegó de nuevo la musa, o el muso. Y de nuevo las letras se convirtieron en mi salvavidas. Cada celebración venía acompañada de una hoja que contenía las palabras adecuadas. Las más hermosas. De muchas me sé párrafos de memoria. Todas siguen guardadas en la caja roja.

El 24 de febrero de 2010 nacieron mis hijas. Desde ese día empecé a escribir en otro tono, con otra letra. El 6 de noviembre de 2013 escribieron por primera vez de su puño y letra: “Mamá” y ahí arrancó un cruce de correspondencia que ocho años después continúa. Soy una especie de redactora del Ratón Pérez y del Niño Dios. Me gusta dejarles notas escondidas en la lonchera o en sus cuadernos. Me encanta que me lean, pero me gusta más leerlas y debo confesar que en casi todas sus cartas de amor he dejado una lágrima de emoción. La modernidad nos ha quitado mucha magia. La de las letras escritas a mano, por ejemplo. La de los carteros entregando sobres con marcas azules, rojas y blancas, la de la espera del tiempo necesario para cruzar un océano y recibir una respuesta.

Carta de una de sus hijas.

No sé cuándo fue la última vez que me dejaron en la puerta de mi casa una carta. No sé tampoco cuándo se nos ocurrió cambiar el lápiz y el papel por una pantalla y un teclado. De lo que sí tengo seguridad es que para mí siguen siendo el mejor y más grande regalo que alguien pueda hacerme. Por eso, en esta época de regalos me atreveré a pedirlo en público: ¡quiero letras! Con borrones o sin ellos. En papel blanco o en un trozo de una hoja ya ocupada por algo. Quiero “te quieros” escritos a mano y cartas para
seguir atesorando. Una que otra que termine con “te amo mamá” y otra que antes de la firma lleve un particular “Quién amaría a María”.

Regalar una carta simboliza que tus sentimientos por alguien son profundos.

Regresa: Qué le regalo a…

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