La felicidad no está en los objetos. Eso lo sabe hoy Diego Roa, un ingeniero de sistemas que, aunque vivió el éxito que soñaba, prefirió una vida sencilla para reconocer el verdadero valor de las cosas.
Diego tenía una imagen del éxito y de ser un joven profesional grabada en su cabeza: una casa cómoda, el carro nuevo, una nutrida biblioteca y el trabajo en la gran empresa. Había crecido con ese ideal y desde muy temprano empezó a perseguirlo.
Siempre quiso progresar y cuando le preguntaron: «¿cuándo podés empezar a trabajar?», en la primera empresa grande en la que estuvo, se remangó la camisa y dijo: «si quiere empiezo ya, lo que yo quiero es salir adelante».
Desde ese momento, su carrera empezó a crecer a un ritmo vertiginoso. Terminó sus prácticas profesionales como ingeniero de sistemas y le ofrecieron coordinar un proyecto que había fracasado antes.
Cuando aceptó, lo primero que le entregaron fueron los tiquetes aéreos para irse por dos meses a Bogotá y viajar durante dos años por varias ciudades del país.
El proyecto que lideró fue un éxito; sin embargo, en ese periodo, Diego solo llegaba a casa a dejar la ropa sucia y salía nuevamente de viaje, no se enteraba de lo que pasaba con sus papás o sus hermanos porque siempre estaba ocupado y mucho menos tenía tiempo para tener novia.
Quería seguir estudiando, pero no podía hacerlo, quería volver a estar con su familia, pero viajaba mucho, se empezó a sentir frustrado e insatisfecho.
Lo que siempre había soñado ya no parecía tan atractivo, la contradicción era evidente: ¿acaso no había trabajado duro para esto? Llegar a donde él había llegado podía tomarles décadas a otros y él lo había logrado en meses, ¿cómo no ser feliz?
Valoraba lo que tenía, aunque sentía que su vida se le escapaba de las manos pues no sabía nada de las personas que amaba.
Estaba dejando a un lado a su familia. Él, hijo de una familia tradicional que desayuna, almuerza y come reunida, no se estaba enterando de ninguno de los problemas por los que atravesaba su familia.
Le contó a un amigo que quería cambiar de empleo y tomó la decisión de hacerlo incluso por menor salario.
Quería compartir con su familia, tener tiempo para estudiar y recuperar la relación con quien hoy es su esposa.
Llegó a su nuevo empleo y, como una historia que se repite, empezó a escalar roles y llegó a tener 200 personas a cargo. Gracias a este trabajo, llegó ‘Charlie Tango’, su carro cero kilómetros que sacó del concesionario con su papá sonriente y orgulloso como copiloto.
Todos hablaban del carro nuevo y Diego no creía en nadie cuando andaba en él. Desde niño había proyectado ese día.
Pasaron dos años y, con ellos, el «olor a nuevo». Diego seguía en la cima del «éxito» corporativo y empezó a notar algo que no había visto antes: sus compañeros cambiaban de carro cada año y sus relojes cada seis meses, siempre por otros más costosos. Ellos trabajaban para el dinero, vivían para gastar y comprar cosas.
Se vio en los otros como si se tratara de un espejo. Supo que él también estaba en ese círculo y que no quería seguir allí.
Ya había empezado a leer libros de minimalismo como Vivir mejor con menos, Goodbye, Things: On Minimalist Living y La magia del orden, gracias a ellos pudo hacer un primer ejercicio de consciencia de lo que estaba viviendo.
La idea de que un estilo de vida minimalista no es la carencia sino la cantidad perfecta de algo, empezó a calar profundo en su cabeza.
Vio también el documental Happy, en Netflix, con el que entendió que la felicidad no está en las cosas, sino en las personas y que objetos como ‘Charlie Tango’, la colección de 30 corbatas que tenía o los libros que se leía apenas una o dos veces, no eran el símbolo de la felicidad ni de la vida perfecta.
Ese día salió del «piloto automático» renunció a su trabajo y decidió tomarse un año sabático, aprovechando el dinero que había ahorrado en sus trabajos.
Para alivianar gastos vendió a su carro, además encontrar un parqueadero era estresante y tener el carro guardado era innecesario. Podía moverse en transporte público.
Sintió el vacío cuando se asomaba al parqueadero desolado; a veces los buses o el metro pasaban llenos y debía esperar. Estuvo a punto de arrepentirse.
Soportó y se dio cuenta de que con la venta del carro se había ido un símbolo del tipo de éxito que ya no deseaba.
Ahora quería disfrutar de lo sencillo y dejar de lado estereotipos y adoptó hábitos como regalar los libros que se leía para que otros los aprovecharan o prestar otros en la colección de Palabras Rodantes de Comfama.
Esas renuncias materiales fueron el inicio de una nueva mirada de lo que realmente le importa. Una que, lejos de la tacañería, establece prioridades para encontrar la felicidad, no solo la satisfacción inmediata y efímera de los objetos.
Pregúntate
¿Cuáles objetos de los que tienes en casa te aportan verdadero valor?
¿Qué es el minimalismo?
El minimalismo parte del principio de que el valor de las personas está constituido por el ser, por cómo eres y cómo aportas positivamente a las personas que están a tu alrededor. Permite comprender que lo material es solo un complemento que facilita la existencia. Por ende, los objetos son importantes, pero no esenciales.