Mi familia materna es uno de los círculos más desafiantes para entablar debates políticos. Aun así, con el tiempo, la reconciliación prima y con ella, el amor familiar que siempre nos ha unido.
60.8% de quienes conversaron en Tenemos que Hablar Colombia resaltaron la posibilidad de contribuir al cambio social con ideas y argumentos.
No eran ni las siete de la mañana de un jueves del 2013, cuando sonó repentinamente mi celular. Contesté casi dormida. Era una amiga del colegio con la que no hablaba desde hacía tres años.
«¿Sos vos la de la portada del ADN?», me preguntó sin mucho preámbulo. Me quedé perpleja. Me desperté como si me hubiese caído encima un baldado de agua helada.
El día anterior había marchado semidesnuda por las calles de Medellín, con un bodypainting que reclamaba la necesidad de participar en política sin que eso nos costara la vida. Me habían recomendado taparme la cara y proteger mi identidad, porque lideraba la marcha, y solo accedí a ponerme un antifaz improvisado con el que igual podía verse mi rostro claramente.
Le pregunté a mi amiga qué veía en la portada y todo indicaba que la fotografía impresa en el periódico que circulaba por toda la ciudad de forma gratuita y cuyo lema es, «pásalo», era yo. Reaccioné rápido, me puse una sudadera y salí corriendo al puesto donde entregaban periódicos, cerca de la casa de mis padres. Vi un ejemplar y efectivamente era yo. Le pedí al joven que me los diera todos, no accedió. Desesperada le propuse que me los vendiera, le señalé la portada y mi rostro. Entendió que era yo y aceptó.
Mis papás no podían enterarse. Mi familia materna menos. No olvidaba que dos años atrás, cuando tenía 16 y se enteraron de que mi ideología política era totalmente opuesta a la de la mayoría de nuestros familiares, generé tanta vergüenza y escozor, que mi abuela, después de un debate en el que acabé llorando, me pidió no regresar a su casa. Solo pude retornar un año después porque el amor por una prima que estábamos a punto de perder nos reconcilió y nos volvió a unir.
Claramente quería conservar esos vínculos y pensé que había tomado la mejor decisión para lograrlo, pero no. Dos semanas después, al llegar de la universidad, vi a mis padres sentados esperándome con una expresión facial que representaba decepción. Mi tío había llamado y les había contado lo de la portada. Fueron días de silencio hasta la próxima reunión familiar.
A mis primas les causaba gracia. Algunos realmente pensaron que había perdido la cabeza y otros, me incitaron a hablar de mis causas.
Sentía que estaba en otra realidad porque desde ahí empezó a cambiar algo: ya se me permitía hablar de política. No era nada fácil, pero ya había familiares que me escuchaban.
De esta crisis familiar, de la que nunca pensé que saldría, logré algo impensable. Desbloquear una conversación que no habíamos tenido antes. En estas elecciones del 2022 todos saben lo que pienso e incluso saben por quién votaré. No todos están de acuerdo conmigo, pero eso ya no es lo importante. Lo valioso es que a pesar de quién gane al final de la jornada, de los momentos de silencio, las salidas del grupo de WhatsApp familiar o las distancias, siempre soy bienvenida.
Además de saber que nos unen los afectos, sé que quiero seguir dialogando con ellos, y sé que ellos me quieren escuchar y contrapreguntar. Sé también que, si los ánimos se suben, tenemos el truco de entregarnos a la música y pausar la conversación para otra ocasión. Tal vez ese es el secreto, ir de a poco, pero ir.