Dicen que «para qué plata y belleza si no hay salud». José lo comprendió. Una historia para redescubrir el valor de su salud y lo agradecido que está por tenerla.
Desde niño, José Cabrales sufrió de amigdalitis. Si bien era incómodo, doloroso y, en algunos casos, desesperante, fue algo con lo que aprendió a vivir. Eran continuas sus visitas al hospital para tratar esta infección.
En el 2015 José ya tenía 24 años de edad y trabajaba en Medellín. Quería lograr una transformación física por lo que guiado por un entrenador de un gimnasio, comenzó con un plan para rebajar de peso que incluía diferentes rutinas y unas pastillas que acelerarían el proceso.
Empezó en mayo de ese año y a los pocos meses vio los resultados. Se sentía bien y se veía «mucho más flaco», había cambiado su contextura física y también había disminuido su apetito, debido a las pastillas que tomaba. El desayuno y la cena los había reemplazado por un tinto, a veces no comía nada.
En diciembre de ese mismo año le dio una amigdalitis como las que sufría frecuentemente pero, con el paso de los días, fue empeorando. Se sentía descompensado, cansado. Esta vez sentía que algo realmente estaba mal.
Era veinte de diciembre, domingo, Medellín estaba colapsada por una final del torneo local de fútbol, su mamá estaba de visita para disfrutar con él la Navidad. Le dolían la garganta, los oídos y tenía fiebre, en ese instante decidieron ir a urgencias para calmar el dolor. Antes de montarse al taxi, José cayó al piso, convulsionó y perdió el conocimiento.
Ya en el hospital, los resultados de los exámenes eran desesperanzadores. Estaba en coma y conectado a toda clase de aparatos. A su mamá, los médicos le planteaban dos caminos: un estado vegetativo o la muerte.
Como si se tratara de un milagro, José despertó al cuarto día, fue ahí cuando los médicos le explicaron que el consumo descontrolado de las pastillas para bajar de peso y la no ingesta de la cantidad de alimentos necesaria para que su cuerpo funcionara bien, ocasionaron una baja en sus defensas que desencadenó una inflamación en el cerebro.
Los médicos le dijeron a José y a su mamá que la clave para su recuperación era que había llegado a tiempo al hospital o que, de lo contrario, las consecuencias pudieron haber sido permanentes. Hoy, cinco años más tarde, José siente una profunda gratitud por su salud. A raíz de aquel episodio decidió acelerar la realización de muchos propósitos que tenía en pausa, se graduó de una maestría, se apasionó con el tema de experiencia de usuario, se volvió más organizado y metódico.
Además, los hábitos en su vida se transformaron. Por su salud mental y corporal retomó poco a poco el ejercicio con mayor disciplina y siendo consciente del alcance de lo que podía hacer, comenzó a dormir mejor, a descansar más y a no pasar por alto ninguna comida del día.
José agradece, acepta y cuida su cuerpo como es, entendió la fortuna que significa despertar cada día y poder disfrutar la vida.
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Agradecer… La inmensa fortuna de poder disfrutar la vida.
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