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Un día de campo, una vida de campo
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Un día de campo, una vida de campo

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Hogar es ese sitio en el que la madre se levanta antes que los demás en casa para prender el fuego en la cocina. Calor que comienza a habitar cada rincón de la vivienda antes de que ella llame a su familia a levantarse para que nadie llegue tarde a las labores del día. Las niñas a estudiar al colegio, el padre a caminar el paisaje con su oficio de guardabosques. Aquí huele a chocolate. Y el olor de ese chocolate ha de ser el mismo aroma del amor porque lo primero que se regalan los cuatro, en esta casa, es una sonrisa.

Para la familia Villa Echavarría desayunar juntos es un ritual. Se sientan a la mesa, las niñas con el pelo todavía mojado, todos bajo la mirada protectora de la virgen de Guadalupe. Una mirada que se multiplica porque hay imágenes de la guadalupana en la cocina, en la sala, en el comedor, en la habitación de los padres. Ramón Villa quiere que sus hijas no pierdan el amor por el campo, al menos mientras crecen. Prefiere la vereda que el pueblo, prefiere el pueblo que ir a Medellín.

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Las habitaciones de la casa de Mariana tendrán un cambio. Serán lugares más cómodos para descansar.

210 Subsidios rurales otorgó Comfama en el 2015.

Todos los trámites para buscar el subsidio de mejoramiento de vivienda los hizo Alexandra, su esposa. Ella bajó a Medellín, a El Claustro, en la plazuela de San Ignacio, el edificio emblema de Comfama, y se ocupó de que estuviera en orden cada papel requerido. Entregó la solicitud con esperanza y fe, por supuesto, en su negrita: la virgen de Guadalupe.

Ramón es guardabosques. Y dice un dicho que han escuchado toda su vida: “Tener casa no es riqueza, pero no tenerla es mucha pobreza”.

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La casa, pisos y cocina nueva, mejor calidad de vida. Progreso.

Alexandra cuenta que uno de los días más felices de su vida fue cuando recibió la llamada de Comfama en la que le anunciaron el subsidio. Eran las diez de la mañana, al otro lado de la línea reconoció la voz de Mónica -facilitadora de la Caja- cuando ella le dijo que lo había logrado ella no creyó. Del susto colgó el teléfono y se quedó en silencio.

Once millones doscientos noventa mil pesos para cambiarle la cara a su casa. Luego llamó a Ramón y entonces la emoción fue de los dos.

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Con amor y la bendición de la guadalupana, Alexandra despide a sus hijas. El colegio las espera.

La familia Villa Echavarría vivió durante cinco años en una casita prestada a cambio de pagar la cuenta de la electricidad y cuidar el terrenito. Alexandra habla del techo nuevo, del calor que ya no se escapa por los empates, del piso que va a tener. Se sueña trapeando baldosas y viéndolas brillar. Que sus hijas, Mariana y Paola, caminen en casa por algo distinto al concreto y el polvo. “Gracias a Dios y a Comfama terminamos la casa” insiste Alexandra.

Ramón siempre llega temprano a casa porque su celular es lo que sus hijas usan para hacer las tareas. En casa no hay computador ni internet. El celular es su biblioteca. Y estudian y aprenden. Y lo más bello que han aprendido es a compartir con sus padres lo que ven en clases. Esta noche Mariana se sienta a leerle a Ramón lo que ha escrito en su cuaderno y le ayuda a que él mejore la letra de su firma.

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Mariana y Paola pronto tendrán más comodidades. Su casa cambia como lo sueñan sus padres.

La mirada de Comfama está puesta en el campo, por eso seguirá trabajando para mejorar la calidad de vida de miles de familias como la de Ramón.

 

 

Texto: Juan Mosquera Restrepo.

Fotos: Federico Ríos Escobar.

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