Francisco fue un hombre que durante 83 años buscó la naturaleza y el silencio para sentirse libre. Murió hace 10 años; pero, con él su familia aprendió del encuentro con uno mismo. Sus herencias fueron la soledad y el silencio.
Cada mes, sentado en el sillón rojo que había en su casa, Francisco Jaramillo levantaba la mirada, suspiraba y decía: «Este es mi fin de semana y me voy solo para la finca». Sus hijos cuentan que nunca le falló al calendario. Empacaba un poco de ropa, compraba algo de comida, solo lo necesario, y desaparecía.
Murió en Medellín hace 10 años, pero siempre fue un campesino. Uno de esos que aunque le quitaran el sombrero, siempre tenía cara de llevarlo puesto. Había pasado su infancia y juventud en una casita pequeña en Abejorral, Oriente antioqueño, y cada mes regresaba a ella para buscar el silencio. Su silencio, sin embargo, no era el silencio malentendido donde todo desaparece o se suspende. Era un silencio que buscaba el río, el trino de los pájaros y las gotas de agua que caen en la mañana.
«Con el suspiro llegaba lo de todos los meses y lo de todos los años: el viaje. Le gustaba estar solo y buscaba la soledad como pocas personas en el mundo. Disfrutaba de escuchar cada detalle que le regalaba la tierra. Amaba las montañas; pero, a veces, también buscaba el mar… se montaba a un bus y se iba para alguna playa de esas solitarias y desconocidas. Nunca lo vi, solo me lo imagino mirando al mar», recuerda su hija Daniela con una enorme sonrisa en su rostro.
De Francisco, sus hijos aprendieron tres cosas: la primera: que no hay que tener mucho dinero para viajar. «Fue toda su vida operario en una empresa textilera y aunque nunca conoció lugares como Europa o Asia, siempre disfrutó de cada salida, de cada mundo»; la segunda, que, como lo expresa Pablo d’Ors en su libro Biografía del silencio, «es en la nada donde el ser brilla en todo su esplendor»; y la tercera, que es en el encuentro con la naturaleza donde radica la verdadera magia de encontrarse con uno mismo. Y que es cuando ella nos cobija con su abrazo, el mejor momento para sentirnos libres.
Francisco disfrutaba de la soledad y del desprendimiento del mundo. Su esposa Marta, con la gracia de aquella que siempre amó, cuenta: «Recién casados yo creía que tenía otra… o muchas, pero con el tiempo aprendí a entender qué era lo que buscaba y me lo enseñó tanto que incluso me preparó para su muerte».
De la historia viva de Francisco, que está más viva que la de muchos muertos, aprendimos que mientras el sol y la luna nos miren, las aves canten, las flores crezcan y la madre abrace a su cría, nunca estaremos solos.
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En soledad… recordamos que somos una pequeña pieza de universo inmenso.
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¿En qué lugar te sientes solo y libre?
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Revisado por Ojo de lupa editores.
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