Confío en la complicidad del tiempo porque no excluye, porque sana, libera y aliviana las cargas con el regalo de la transformación.
“Confío en la complicidad del tiempo» es una frase que leí, no recuerdo dónde ni su autor. Aun así, conservo en mi mente todas las preguntas que desencadenó ese enunciado. Soy de pensamientos impacientes, genéticamente ansioso. Esa condición me dota de algo que no sé si es un privilegio o una cárcel: los segundos parecen minutos, los minutos horas y las horas días. Nada nuevo.
Al tiempo, a veces hay que resistirle para entenderle, para ver su luz cuando parece que solo hay sombra. Hay que aceptarlo cuando nos obliga a esperar las horas precisas para cicatrizar nuestras heridas con cada palpitar del reloj.
Cuando algo malo nos sucede, solo los días pueden hacer que la luz rompa el velo de las tinieblas y que las lágrimas se hagan intermitentes para que se entrometa una que otra sonrisa. Con los meses, aquello que parecía inconveniente y hasta imposible, puede verse con distancia. Desde lejos los monstruos siempre se ven más pequeños.
Con los años, y como si fuera un premio, todo encaja, aprendemos que hasta los momentos que parecieron más desafortunados tenían un sentido, que las ofensas tal vez fueron consejos y que caminar a tientas y con miedo por el lado oscuro de la luna era necesario para ser lo que somos, para estar con quienes estamos, para descubrir esa brillante belleza que habita como la posibilidad de vivir intensamente cada uno de los instantes que hoy tenemos.
Confío en la complicidad del tiempo porque no excluye, porque sana, libera y aliviana las cargas con el regalo de la transformación.
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La belleza es un derecho
“Considero útil todo aquello que nos
ayuda a hacernos mejores”.
Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil, 2013.