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¿Contribuyen los medios de comunicación a tener mejores discusiones?
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¿Contribuyen los medios de comunicación a tener mejores discusiones?

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Por: Jorge Iván Bonilla V

Profesor del Departamento de Comunicación Social, Universidad Eafit

Una de las premisas asociadas a la democracia liberal consiste en afirmar que la información es un asunto esencial para la calidad del debate democrático, pues se considera que un público bien informado es una condición necesaria para participar en la vida pública, ejercer el uso libre de la razón y, en consecuencia, tomar mejores decisiones. Es el ideal del ciudadano como deber cívico y de los medios de comunicación como foros de debate público que le permiten a una sociedad entrar en conversación y controversia sobre temas en común.

De estas premisas se desprenden las disposiciones legales que, a lo largo del tiempo, han buscado garantizar la libertad de expresión y el derecho a la información de los ciudadanos. No obstante, hay que afirmar que la mayoría de estas disposiciones son hijas de una época –el siglo XIX y primera mitad del XX– en la que el único medio de comunicación que era tenido en cuenta era la prensa escrita, el género periodístico moralmente superior era la opinión, el principal censor de los individuos era el Estado autoritario, y el único público considerado como ciudadano eran los hombres, educados, mayores de edad y propietarios.

Por eso, para responder a la pregunta de si los medios de comunicación pueden alentar el debate democrático, hay que tener en cuenta que la calidad de ese debate no se mide por el poder de los medios y los periodistas para determinar de antemano qué asuntos deben discutirse, o quiénes pueden tomar parte en ello. Nada más autoritario que discriminar los temas y las voces que le caben a una democracia bajo el supuesto de que hay gente que no debe participar por sus condiciones sociales y culturales –de clase, raza, género, edad, nivel educativo–; o bajo la idea de que existen temas que no deben ser sometidos al escrutinio público debido a su capacidad de retar a los poderes establecidos; o bajo la suposición de que los nuevos canales surgidos con internet solo son bazofia que contaminan la pureza de lo que imaginamos implica debatir en sociedad.

Es cierto que enfrentamos serias amenazadas que atentan contra la calidad del debate público. Pero el clima de polarización ideológica (que no es otra cosa que una exacerbación radical del debate), la proliferación de medios y periodistas partisanos e ideológicamente motivados que echan por la borda los principios de una información con calidad, o el declive de las normas cívicas hacia el deber de estar informados, no evita plantear una cuestión fundamental: una sociedad capaz de tener mejores debates es una sociedad abierta a la controversia, la diversidad y la pluralidad de voces que participan en la vida pública. No sobra recordar que la democracia es algo más que solo contenidos. Esta también tiene que ver con la tipología de las relaciones intersubjetivas de que esos contenidos promueven (amor, odio, justicia, dignidad, humillación, venganza, solidaridad…), con la trama de conversaciones que generan y con los modos de pensarnos a nosotros mismos y a los otros que allí emergen.

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